SEMANA  CULTURAL  DE  CAMPO  DEL  AÑO  2011

 

 

El resumir todo lo que intenté transmitir en la ruta guiada de la semana cultural de Campo, en agosto de 2011, compuesta por, la visita al cromlech con cairn en Atiart, primero, y después una charla impartida en la Cova d’Axén, pienso que es difícil de  sintetizar, tanto la ruta guiada por los amplios significados de los megalitos, como la charla en la que se explicaron los rituales que los pueblos antiguos celebraban en torno a los fuegos solsticiales, por ello considero oportuno mandaros una amplia información sobre la visita guiada y la charla.

 

   Voy a empezar con los rituales solsticiales que los celtas celebraban en los solsticios de invierno y verano, así como en los equinoccios (para esto nos nutriremos del libro de Pepe Rodríguez  titulado Mitos y Ritos de la Navidad), para después continuar comentando los megalitos y la poca sensibilidad que hay hacia ellos por parte de los organismos que debieran protegerlos. Soy consciente que el resultado de esta información, no sintetizada resultará larga, mas, recomiendo leerla ya que son temas,  difíciles de comprimir, por la cantidad y variedad de conceptos y significados que llevan implícitos.

 

 

   LOS  ANTIGUOS  CULTOS  AGRARIOS  DEL  SOLSTICIO  DE  INVIERNO

 

 

   Durante la Navidad, solsticio de invierno en el hemisferio norte, el sol alcanza su cenit en el punto mas bajo y desde ese momento el día comienza a alargarse progresivamente en detrimento de sus noches – hasta llegar al solsticio de verano (21-22 de junio) en que invierte su curso - ; el término solsticio significa <sol inmóvil> ya que en esos momentos el sol cambia muy poco su declinación de un día a otro y parece permanecer en un lugar fijo del ecuador celeste.

 

    El solsticio hiemal es el acontecimiento cósmico que vivifica la Naturaleza con su luz y su calor, razón por la cual, para todas las culturas antiguas, representaba el auténtico nacimiento del sol y, con él, toda la Naturaleza comenzaba a despertar lentamente de su letargo invernal y los humanos veían renovadas sus esperanzas de supervivencia gracias a la fertilidad de la tierra que garantizaba la presencia del astro divino, del dios más arcaico que la humanidad ha venerado.

 

    En el solsticio de invierno todos los pueblos antiguos, adoradores del sol, celebraban el nacimiento del astro rey mediante grandes festejos caracterizados por la alegría general y el protagonismo de las hogueras, alrededor de las cuales se concentraban los lugareños con el fin de manifestar su alborozo mediante ceremonias colectivas centradas en cantos y danzas rituales y en la recogida de ciertas plantas mágicas como el muérdago.

 

    Era también la época adecuada para realizar pactos protectores con los espíritus de la Naturaleza y con los de los familiares fallecidos (una costumbre de la que derivó, en pueblos como el germano, la fiesta de los difuntos, que la Iglesia católica acabará por transformar en una jornada de tristeza que desplazará hasta el primer domingo de noviembre para poder alejarla de la alegre conmemoración del nacimiento de Jesús).

 

    Los pueblos prerromanos, durante los tres días anteriores al 24 y 25 de diciembre, así como en los posteriores que llevaban hasta el Año Nuevo, festejaban el retorno del Nuevo Sol y las fuerzas vegetativas de la Naturaleza.

 Las grandes hogueras – tal como veremos en el capítulo dedicado  a la tronca de Navidad - , al margen de simbolizar el magno acontecimiento, tenían la función de excitar el calor y la fuerza de un sol recién nacido que encaraba su curso hacia la primavera inundando la tierra con su poder regenerador. Otro tanto sucedía durante el solsticio de verano, época adecuada para mostrarle al divino sol el agradecimiento de quienes habían sobrevivido un año más gracias a su generosa intervención en el ciclo agrícola y ganadero.

 

    Con el inicio de la expansión de la Iglesia católica por todo el continente europeo, los papas no siempre pudieron imponer su fe por la fuerza y a menudo tuvieron que obrar con astucia fingiendo tolerar determinados ritos paganos aunque en realidad los minaban y transformaban progresivamente al entremezclarlos con elementos cristianos añadidos. Una muestra de ello nos la dejó el papa Gregorio I el Grande (590-604) que, aunque siempre ordenó que los paganos fuesen sometidos a castigos y prisión si no se convertían, tuvo que ser mas cauteloso durante su conquista evangélica de las almas de los anglosajones, aconsejándole al abad Mellitus, jefe de los propagadores del cristianismo en Gran Bretaña, lo que sigue:

 

    <No hay que destruir los templos paganos de ese pueblo, sino únicamente los ídolos que hay en los mismos; después de asperjar esos templos con agua bendita, erigir altares y depositar reliquias; porque si tales templos están bien construidos, perfectamente pueden transformarse de una morada de los demonios en casas del Dios verdadero, de manera que si el mismo pueblo no ve destruidos sus templos, deponga de su corazón el error, reconozca el verdadero Dios y ore y acuda a los lugares habituales según su vieja costumbre…>.

 

    Esta estrategia fue seguida también en la evangelización de las Galias y la Germania, aunque su éxito no fue precisamente clamoroso. Así, por ejemplo, en el primer Concilium Germanicum, celebrado en los años 742 y 743, se tuvo que disponer que <el pueblo de Dios no fomente ninguna cosa pagana, sino que rechace y aborrezca toda inmundicia de los gentiles, ya se trate de ofrendas a los muertos o adivinación, de amuletos o signos de protección, de conjuros o sacrificios conjuradores, que gentes necias ofrecen junto a las iglesias y a la manera pagana, invocando a los santos mártires y confesores, con lo que provocan la cólera de Dios y de los santos, para acabar alrededor de los fuegos sacrílegos, que ellos llaman neid fyr>.

 

    Resulta evidente, pues, que la Iglesia católica, en el siglo VIII, a pesar del gran esfuerzo de Bonifacio - <el apóstol de Germania>- , aún no había podido lograr que los germanos renunciasen a sus prácticas paganas tradicionales ni, mucho menos, a sus ceremonias solsticiales navideñas alrededor de los fuegos sagrados.

 

    En los pueblos germánicos y galos – pero especialmente entre los primeros, ya que fueron menos romanizados y su cristianización fue más tardía, lenta dificultosa e incompleta -, estas ceremonias solsticiales de adoración al Sol y a las fuerzas ocultas de la Naturaleza prosiguieron hasta bien entrada la Edad Media; en sus formas originales y puras estuvieron vigentes hasta la primera mitad del siglo X, y tomando expresiones externas más o menos matizadas o mediatizadas por el cristianismo han podido sobrevivir hasta nuestros días, contagiando de paganismo la celebración de la Navidad actual hasta el punto de que, tal como iremos viendo, los mitos solares ancestrales (conservados en su estructura interna aunque desvirtuados en su forma externa y en su significado) siguen siendo los verdaderos protagonistas de los festejos navideños que se celebran en el mundo de hoy.

 

    Desde hace miles de años, y para las culturas y sociedades mas diversas, la época de Navidad ha representado el advenimiento del acontecimiento cósmico por excelencia, del hecho más fundamental de cuantos podían garantizar la supervivencia del hombre pagano o campesino – pago significa aldea y paganus aldeano o rústico -, del nacimiento – o, mejor dicho, renacimiento anual – de la principal divinidad salvadora.

 

    No es ninguna casualidad, por tanto, que el nacimiento de los principales dioses solares jóvenes de las culturas agrarias precristianas – como Osiris, Horus, Apolo, Mitra, Dionisos/Baco (llamado el Salvador), etc. – fuese situado durante el solsticio de invierno. Y es menos casual aún que el nacimiento de Jesús-Cristo, el Salvador cristiano, se haya concretado en el 25 de diciembre, fecha en la que hasta finales del siglo IV de nuestra era se conmemoró el nacimiento del Sol Invictus en el Imperio Romano.

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Sorprende que en un pueblo fundado en el siglo XV, como es Campo, se siga encendiendo el fuego solsticial de invierno, que por ser esta una tradición muy antigua    nos lleva a pensar que mucho antes de dicha fundación ya existia asentamientos en el valle donde se funda Campo.

Esto lo confirma su iglesia, de la cual se tiene documentos escritos desde el año 908, entonces dedicada a Santa María del Camino, una referencia clara a lo que en aquel tiempo era el camino a Finisterre, de dicha tradición, ya en el siglo XII, se apropiará la Iglesia, valiendose para ello de unas extrañas leyendas y milagros,  fundadas sobre el apostol Santiago, y sus restos, que aunque se sabe que está enterrado en Palestina, la Iglesia valiendose de lo dicho, hace que aparezcan en Compostela creando lo que hoy conocemos como el Camino de Santiago.

Al fuego solsticial, van unidos diferentes rituales agrarios o paganos, muchos de ellos conservados hasta mediados del siglo XX, y algunos que seguimos haciendo, aunque ignorando su origen, esto  hace que los rituales que hoy sobreviven no tengan nada que ver con lo que se queria representar en su origen. Lógica esta distorsión, si pensamos que son rituales precristianos, y que la iglesia en especial ha luchado de siempre por hacerlos desaparecer.

 

 

 

 

 

 

 

                EL  ADVENIMIENTO  DE  LOS  DIOSES  SOLARES  SIEMPRE

 

                                               SE  FESTEJO  EN  NAVIDAD

 

    Con el desarrollo de las culturas urbanas, los rituales solsticiales agrarios no desaparecieron sino que se adaptaron a las nuevas circunstancias y necesidades, por eso las fiestas paganas más importantes <rebasaron el ámbito campesino y se convirtieron en ciudadanas, de forma que la fecundidad que en origen solicitaban para el campo y el ganado, pasó a comprenderse como prosperidad y riqueza para la ciudad. Estas festividades se concentran sobre todo el invierno, pues la actividad humana sufría en estos meses una bajada en su ritmo, ya que la guerra se detenía, nadie se atrevía a navegar y las faenas agrícolas eran menos intensas. El invierno es en consecuencia un período muy propicio para que las relaciones que se entablan con el mundo sobrenatural sean más estrechas, más íntimas>.

 

    Entre las fiestas de los antiguos griegos y romanos que fueron precedentes de la Navidad cristiana debe destacarse, por su importancia social y trascendencia mítica y simbólica, las dedicadas a Dionisos y Saturno.

 

    Dionisos, originado en la fusión de mitos egipcios y helenos, fue un dios del vino, de la vegetación y de la fecundidad, pero también de la muerte, ya que los difuntos y las potencias subterráneas - <infernales>, de inferus, inferior, puesto que se creía que el mundo de los muertos estaba por debajo de la tierra- eran tenidas por controladoras de la fertilidad.

 

    Su culto arrastraba multitudes e inspiraba ideales de rebeldía que se enfrentaban con el orden establecido, tanto el político (oponiéndose a la clase aristocrática dominante) como el divino (amenazando la supremacía de los dioses olímpicos clásicos). Ya en el siglo IV a.C., en el calendario de Bitinia el mes consagrado a Dionisos comenzaba el 24 de diciembre y tenía 31 días.

 

    En la antigua Atenas –y en el resto de Grecia, aunque con algunas variantes -, el culto popular a Dionisos estaba repartido en cuatro grandes festividades: las Dionisíacas de los campos, las Leneas, las Antesterias y las Grandes Dionisiacas. Las dos primeras se celebraban alrededor del solsticio invernal, con carácter propiciatorio de la fertilidad/prosperidad y en medio de festejos caracterizados por la gran alegría general; las dos últimas tenían lugar en la primavera y festejaban la resurrección de la naturaleza. Las Antesterias, en particular, celebraban el vino nuevo, de la última cosecha, conmemoraban la llegada de Dionisos a Atenas y su hierogamia y, en su tercera jornada, el Chytroi (<las marmitas>), se recordaba a los difuntos. El ciclo dionisíaco, como vemos, es el mismo que muchos siglos después adoptará el cristianismo al situar la Navidad en el solsticio de invierno y la Pascua de Resurrección en primavera.

 

    El Saturno romano –equivalente al griego Cronos- fue una antigua divinidad agrícola cuyo nombre esta relacionado con satur (saciado, harto) y sator (sembrador, creador), siendo sinónimo de abundancia. Fue un dios agricultor y plantador de vides (vitisator), un arte que enseñó a los hombres cuando, perseguido por su hijo Júpiter, tuvo que refugiarse en Italia; bajo el apelativo de Stercutius presidía el abono de los campos.

 

    Los festejos romanos en honor a Saturno, las Saturnalias, fueron en su origen fiestas campestres – sementivae feriae, consualia larentalia, paganalia -, pero adquirieron mucha importancia a partir del año 217 a.C., tras la derrota del ejército romano por el cartaginés Aníbal cerca del lago Trasimeno, preludio del desastre de la batalla de Cannas (216 a.C.) que puso fin a la segunda guerra púnica y contribuyó a despertar el espíritu religioso de los romanos.

 

    La celebración de la Saturnalia duraba una semana y tenía lugar entre el 17 y 23 de diciembre. Después de la ceremonia religiosa había grandes festejos y banquetes, se abolían temporalmente las clases sociales y, en los ágapes, los señores servían a sus esclavos – que podían burlarse impunemente de los amos-, cesaba toda actividad pública – en tribunales, escuelas, comercios, operaciones militares, etc. – y no se permitía ejercer ningún arte ni oficio salvo el de la cocina, se imponía el hacerse regalos unos a otros, los ricos convidaban a sus mesas bien surtidas a los pobres que llamaban a sus puertas, se practicaban juegos de azar…, en fin, los antiguos romanos hacían ya más o menos lo mismo que aún se hace actualmente para celebrar la Navidad cristiana.

 

    Si nos remontamos mucho más atrás en la Historia, hasta la época en la que los hombres primitivos – que practicaron cultos naturalistas y adoraron a la esfera solar como deidad- comenzaron a desarrollar el concepto divino bajo formas antropomorfas, observaremos que todas las culturas de la Antigüedad pasaron a identificar a su dios principal, o a alguno de los más importantes de su panteón, con el dios Sol y, en lógica consecuencia, situaron la conmemoración y festejo de su advenimiento alrededor del prodigioso evento cósmico que representaba el solsticio de invierno cada 21-22 de diciembre.

 

    Caldeos, egipcios, cananeos, persas, sirios, fenicios, griegos, romanos, hindúes y la práctica totalidad de los pueblos con culturas desarrolladas, entre los que cabe incluir los imperios orientales y las civilizaciones precolombinas – como los aztecas y su máxima deidad Huitzilopochtli, que tantos quebraderos de cabeza dio a los misioneros españoles -, han celebrado durante el solsticio hiemal el parto de la <Reina de los Cielos> y la llegada al mundo de su hijo, el joven dios solar.

 

    En los mitos solares ocupa un lugar central la presencia de un dios joven que cada año muere y resucita, encarnando en sí los ciclos de la vida en la Naturaleza. En las culturas de mitología astral, el Sol representaba el padre, la autoridad y también el principio generador masculino. Durante la antigüedad, en todo el mundo civilizado, el sol fue el emblema de todos los grandes dioses, y los monarcas de todos los imperios se hicieron adorar como hijos del Sol (identificado siempre con su divinidad principal). En este contexto, la antropomorfización del Sol en un dios hijo joven presenta ejemplos tan conocidos como los de Horus, Mitra, Adonis, Dionisos, Krisna… o el propio Jesús Cristo.

 

    En el Egipto Antiguo secreta que Isis, la virgen Reina de los Cielos, quedaba embarazada en el mes de marzo y daba a luz a su hijo Horus, hijo de Osiris e Isis, era el <gran subyugador del mundo>, el que es la <substancia de su padre>, Osiris, de quien era una encarnación. Fue concebido milagrosamente por Isis cuando el dios Osiris, su esposo, ya había sido muerto y despedazado por su hermano Seth o Tifón. Era una divinidad casta –sin amores – al igual que Apolo, y su papel entre los humanos estaba relacionado con el Juicio ya que presentaba las almas a su padre, el Juez. Era el Christos y simbolizaba el Sol.

 

    Durante el solsticio de invierno, la imagen de Horus, en forma de niño recién nacido, era sacada del santuario para ser expuesta a la adoración pública de las masas. Era representado como un recién nacido (a menudo recostado en un pesebre) con cabello dorado, que tenía un dedo en la boca y el disco solar sobre su cabeza. Los antiguos griegos y romanos lo adoraban también bajo el nombre de Harpócrates, el niño Horus, hijo de Isis. El dios Osiris, dios de la vegetación y de los muertos, padre de Horus, también había nacido de una virgen en el solsticio hiemal.

 

    Mitra, uno de los principales dioses de la religión irania anterior a Zaratustra, desarrollado a partir del antiguo dios funcional indoiranio Vohu-Manah, objeto de un culto aparecido unos mil años antes de Cristo y que, tras pasar por diferentes transformaciones, pervivió con fuerza en el Imperio romano hasta el siglo IV d.C., era una divinidad

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De estos festejos navideños aún hoy quedan varias reminiscencias, como puede ser la tradición de sentar a un pobre o necesitado en la mesa por Navidad, el poner en la mesa de Nochebuena, una botella del vino fundacional de la casa, compartir con  gran alegria y espiritu navideño el poncho que era tradición hacer en cada casa, asi como los dulces,  pastillos y almendras tostadas o garrapiñadas con la familia, vecinos y amigos.

Tambien son fechas que se añoran de una forma especial los seres queridos que han dejado de estar con nosotros, por esto que lo comentado sobre la botella de vino fundacional de la casa, era una manera de comunión y unión con los antepasados, y el fuego navideño ademas de servir para regenerar la fuerza del sol, servía para que las ánimas de los difuntos encontraran el camino de ida y vuelta para celebrar la Navidad junto a su familia.

Esto último es lo que hacia que en la Nochebuena se recordara de forma especial a los difuntos, por lo que resultaba una celebración nostálgica pero no triste, ya que se tenía la creencia que todos los antepasados participaban en la celebración, por lo comentado del vino y el fuego.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

           LA   TRONCA  DE  NAVIDAD,  UN  RITO  PROTECTOR  ANCESTRAL

 

                                       CONVERTIDO  EN  FIESTA  INFANTIL

 

  La  tronca de Navidad, un trozo de tronco, generalmente de roble, al que se le atribuyen virtudes tan sorprendentes como milagrosas, es una de las tradiciones paganas mas antiguas, y de las pocas que han sobrevivido en el conjunto de las fiestas navideñas.

  Hace apenas sesenta años, mediados del siglo XX, “la tronca”, aún estaba rodeada de bellos ceremoniales y asociada a creencias que se habían transmitido de padres a hijos desde cientos de años atrás, pero hoy, después de la desintegración de las comunidades rurales y la pérdida de sus culturas locales, a favor de la uniformizante cultura de masas de la sociedad industrial, esta tradición se ha desvirtuado casi por completo.

 

   Seis décadas atrás, en las zonas rurales no podía concebirse una Navidad, sin celebrar el encendido de la “tronca” estando toda la familia reunida alrededor de la chimenea, mas en las ciudades fue perdiéndose la costumbre – ya que las casas no solían tener hogares de leña – transformándose en una especie de fiesta infantil en la que se usaba un tronco vaciado por dentro, que no se quemaba y que, pasada la celebración, se tiraba ó escondía hasta el año siguiente. Con lamentable pragmatismo, en no pocos hogares urbanos se llegó a sustituir el leño tradicional por una caja de madera que, a modo de “tronca” recibía los mismos cuidados y trato que el original, (que por supuesto daba parecidos resultados).

 

   En su versión actual, la “tronca” ha quedado reducida a un tronco ahuecado – o una corteza de alcornoque o una caja de madera – que, tras haber sido convenientemente abrigada – con una manta, o trapo en desuso,-” para que no se enfríe” y alimentado por los más pequeños de la casa donde se ha instalado( preferentemente junto a una chimenea de leña, aunque en su defecto, se suele colocar en un rincón de la cocina o del comedor), acaba cagando dulces y juguetes, durante la Nochebuena, cuando los más pequeños en medio de un gran alborozo, se lo piden golpeándola con un palo.

 

   Esta tradición no debe identificarse sólo con Aragón o Cataluña (en esta última región conocida como “caga tió”), ya que con algunas pequeñas variantes, también se hace en Mallorca, Andalucía, Navarra el País Vasco (donde en estos dos últimos, este mismo ritual se le conoce como  el “Olentzero”), además de varios países de Europa como Francia, Gran Bretaña, Alemania y algunos países eslavos.

  

   En el resumen de la Semana Cultural de 2010,  hablemos de la relación toponímica entre los ligures y el valle del Esera, y es curioso que en cuanto a costumbres también haya una relación muy similar. En la Provenza francesa se practicaba la bendición de lou cacho-fió, que solía ser un tronco de árbol frutal; la tradición exigía que las cenizas de ese tronco de Navidad fueran recogidas y empleadas con el fin de aprovechar su poder mágico: que mezcladas con los remedios, los convertía en mas eficaces; esparcidas por los establos, gallineros y caballerizas, preservaban a los animales de enfermedades; espolvoreadas sobre armarios, sillas y camas protegían del fuego etc. Unas propiedades tan maravillosas como las atribuidas a las brasas del “kef  nedelek” (tronco de Navidad) bretón, o a las del grueso “chouque” normando (en un trabajo posterior veréis la similitud con lo que antiguamente hacíamos en ésta zona con las cenizas de la tronca)

 

 

    HOGUERAS  Y  FUEGOS  EN  HONOR  DEL  NACIMIENTO  DEL  SOL

 

 

    Durante el solsticio de invierno (así como también en el del verano) todos los pueblos antiguos, adoradores del Sol, festejaban el nacimiento del astro rey mediante grandes hogueras, alrededor de las cuales se concentraban los habitantes de cada lugar para expresar su alegría y esperanza mediante cantos y bailes rituales (habitualmente de tipo circular). Esas hogueras, al margen de simbolizar el gran acontecimiento, tenían la función de excitar el calor y la fuerza de los rayos de un Sol recién nacido al futuro estacional.

 

    Este tipo de ceremonias solsticiales perduraron hasta mucho después de comenzada la era cristiana y encontramos ejemplos tan variados como el de las hogueras de los germanos en honor de Yule, las de los escandinavos en honor de Frey, hijo de Odín y de Frigga, o las de los Druidas de las Galias, que encendían fuegos – con grandes troncos adornados con ramas y cintas – para facilitar el nacimiento anual del Sol y dotarle de vigor.

 

     De la asociación entre el culto heliólatra y el dedicado a los espíritus de la Naturaleza surgió un tipo específico de rito sacrificial, consistente en hacer arder el tronco de un árbol sagrado (que en casi todas las regiones europeas ha sido el roble) para que la magia de su calor fortaleciese el Sol durante su solsticio hiemal justo en el día más corto del año, cuando sus antaño poderosos rayos mostraban su cara más débil.

 

     Gracias a este ritual, según creyó la humanidad durante milenios, el Sol recuperaba su poder regenerador y la tierra brindaba, un año más, los frutos, cosechas y animales indispensables para sobrevivir. Seis meses después, a finales de junio, en el solsticio de verano, estando el astro en pleno apogeo de su fuerza, otros fuegos humanos servirían para mostrarle el agradecimiento de quienes habían logrado superar otro invierno más, un tránsito estacional que, en nuestras latitudes, ha sido duro y difícil de sobrellevar hasta hace apenas uno o dos siglos, según las regiones.

 

     Como recuerdo de esos ritos ancestrales han perdurado hasta el día de hoy tradiciones tales como la tronca de Navidad, o la costumbre – que todavía era bastante frecuente en las zonas rurales a mediados del siglo pasado --. De encender grandes hogueras en las plazas después de la cena de la vigilia de Navidad.

 

     Aunque la costumbre de la hoguera navideña cambiaba algo según las localidades, lo más común era que la preparasen los mozos de cada lugar (en Campo doy fe de ello, éramos también los más jóvenes en edad escolar, los que desde el fin de verano, hasta las vísperas de Navidad, hacíamos acopio de leña junto al molino, que recogíamos junto con los mozos mayores), ya fuera con leña aportada de sus casas, o recogida por las márgenes de los ríos y barrancos cercanos, en ese fuego se asaba carne, longaniza, patatas que los mozos aportaban de sus casas, o bien pidiéndoselo a sus convecinos, finalmente, ellos solos, sin mujeres, comían bebían y cantaban canciones alrededor del fuego (en Campo desde hace no menos de 100 años participa todo el pueblo, sin distinción de edad o sexo, en otro trabajo posterior dedicaré un capítulo, al origen y evolución de la fogata en Campo); al terminar su cena ritual marchaban a rondar por todo el pueblo, tocando instrumentos musicales y cantando villancicos – y en algunos lugares llamando a las puertas de las casas para anunciar que: <¡ya ha nacido!> - mientras esperaban la hora de asistir a la misa del gallo.

 

     En la mayoría de los pueblos, los jóvenes saltaban por encima de esta hoguera o <fuego de Navidad>, tal como habían hecho los adoradores del Sol en su origen. Pero, en cualquier caso, con el tiempo, en algunos lugares, la hoguera, encendida en la plaza de la Iglesia, fue quedando relegada a una función tan prosaica como la de calentar a quienes entraban y salían de la misa del gallo.

 

     En España, el progreso de la cultura urbana en ciudades y pueblos, además de la hostilidad y recelo con que la Iglesia católica y recientemente las autoridades franquistas veían este tipo de manifestaciones festivas populares, acabaron por hacer desaparecer la hoguera navideña y sus ritos tradicionales, aunque, a pesar de todo, hoy, pequeños y discretos fuegos, diseminados por jardines y terrazas de todo el país, siguen dando fe de la tozuda supervivencia de la creencia en que el hecho de saltar sobre una hoguera en Navidad protege y da suerte a quien lo hace y le guarda de los maleficios.

 

      Con el auge de las prácticas mágicas entre la población actual, los fuegos de Navidad están recobrando lentamente el protagonismo perdido. En el mismo proceso de recuperación se encuentra el ritual de la tronca, que ha logrado subsistir, desvirtuado y desposeído de su mágica función ancestral, bajo la forma de fiesta infantil.

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La fogata de Navidad ya hemos dicho que es un ritual, casi desaparecido y el porque se sigue encendiendo en Campo.

Antiguamente se encendia delante de la puerta de entrada del centro donde se hacían los rituales o ceremonias de culto al Sol (hemos comentado el posible origen de la fogata en Campo, y creemos tiene su origen en el centro de culto al Sol que hubo antes de cristianizarlo y consagrarlo a  Santa María del Camino), de dicho fuego encendido en nochebuena delante de la entrada al centro, cada aldeano se llevaba una antorcha encendida, para a su vez encender la tronca de su casa previamente bendecida con el vino fundacional comentado.

La tronca de las casas era de un tamaño grande, ya que debia estar en combustión hasta el equinoccio de primavera, que es cuando con especial cuidado se recogian sus cenizas, a las cuales se les atribuian poderes de todo tipo, balsamicos, curativos, preventivos, fertilizantes etc., por poner algun ejemplo, parte de la ceniza se esparcia por las cuadras de los animales y los campos, en la creencia de que a los primeros les prevenian de todo tipo de enfermedades, y a los campos y huertos se creía con esto  protegerlos de plagas además de ser un ruego para su fertilidad.

Cuando en una casa habia un enfermo, se le ponia debajo de la almohada una bolsa con el balsámico elemento, también esta ceniza era de obligado uso para blanquear  unas  ropas concretas, mediante la colada,  como era el vestido de novia, o el paño donde se envolvía un recien nacido, el mantel de  la mesa donde se celebrara una reunión familiar en fiestas señaladas, y tambien estaba presente en los partos ya fueran de animales o personas, y otras muchas mas cosas ya que la ceniza de la tronca solsticial era un bálsamo al cual se le atribuían toda clase de poderes.

 

 

 

      ORIGEN  Y  SIGNIFICADO  MAGICO  DE  LA  TRONCA  DE  NAVIDAD

 

 

    El ritual que va asociado a la tronca, tal como acabamos de mencionar, le debe su origen a las fiestas del fuego que, desde la más remota Antigüedad, se celebraron durante los solsticios de invierno, en especial en las regiones septentrionales del continente europeo. Cuando se sacrificaba ritualmente, mediante el fuego, un árbol sagrado – representante de los espíritus de la Naturaleza -, se creía estar infundiendo calor, vida y poder fecundante al todavía débil sol invernal y, en consecuencia, se propiciaba la supervivencia que debía llegar con la eclosión primaveral de la Naturaleza y, muy especialmente, de la mano de las próximas cosechas de cereales.

 

    De un modo natural y progresivo, el acto de ofrecer el tronco sagrado al fuego, durante el solsticio hiemal, fue adquiriendo un significado de rito protector que, en el decurso del tiempo, pasó a materializarse en muy diferentes formas y campos de actuación, máxime al irse entremezclando con el animismo y el culto a los antepasados muertos. Fue así como los restos calcinados del tronco solsticial, eso es de la tronca navideña, consagrados tras el oportuno ceremonial – que en su origen fue público y colectivo, aunque acabó siendo privado y familiar -, fueron investidos de poderes tales como el de prevenir y controlar rayos, tormentas e incendios, aumentar la fertilidad de los campos y estimular las cosechas de cereales, proteger a los ocupantes de las casas y establos de enfermedades, parásitos y muertes misteriosas, poner freno a las malicias del mismísimo diablo, etc.

 

     El mágico poder de la tronca – en especial cuando procede de un roble – contra rayos, tormentas e incendios, tal como muy bien señaló Frazer, deriva de la antiquísima creencia de los pueblos arios que asociaba el roble al dios del rayo y el trueno; unas facultades y una asociación que, en todo caso, veremos cuando hablemos del muérdago.

     La asociación de la tronca con la fecundidad de la tierra y de los animales –

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La antorcha portadora del fuego, desde el fuego comunal hasta la tronca de cada casa, y una vez encendida  esta, se apagaba  y se colgaba en lo mas alto de la casa, creyendo que con esto  protegian la casa de fuegos y tormentas, permanecia alli colgada hasta el solsticio de verano, en  que  se hacia  a la inversa, es decir  la encendian en el fuego de casa  y la portaban hasta la iglesia para encender la hoguera del solsticio de verano. Este ritual es el origen del fuego de San Juan, y en pueblos como Sahun, se sigue encendiendo de la manera antes comentada, es decir, la noche de San Juan bajan los mozos desde diferentes partes del monte con antorchas encendidas hasta la plaza del pueblo donde se enciende el fuego comunal, este ritual es llamado en Sahun “les falles”.

 En la citada antorcha colgada de forma  que la parte carbonizada quedaba hacia abajo, es donde en el equinoccio de primavera, los miembros de cada casa se mascaraban las manos, para a su vez mascarar a las personas que mas les importaban, la cara, se creía que con esto le transmitian al mascarado toda clase de buenos deseos, salud, suerte, felicidad etc., siendo también la forma de manifestar tu interés por un chico o chica, aunque generalmente siempre era de chico a chica.

 

                  EL  MUERDAGO,  UN  DON  CELESTE  QUE  PROTEGE  Y

  

                                           PROCURA   FELICIDAD

 

     Como heraldo que anuncia el espíritu de la Navidad, los ramilletes de muérdago se cuelgan en los marcos de puertas y ventanas de las casas para beneficiarse de la buena suerte de la que se le supone portador. <Si no hay muérdago, no hay suerte>, reza un viejo dicho galés. Una ramita de muérdago pegada al envoltorio de un regalo sirve para expresarle al destinatario los mejores deseos de quien se lo obsequia.

 

    También se le suele colgar del techo o de algún otro lugar elevado del hogar para poder cumplir con la antiquísima tradición: la muchacha soltera que recibe un beso bajo el muérdago, en Nochebuena, se casará durante el año siguiente, y si esta casada quedará embarazada. De todos modos, dado que hoy en día la idea de casarse y tener hijos difiere mucho de la que se tenía antaño y ya no supone <el objetivo vital de toda mujer>, esta tradición se ha adaptado a los nuevos tiempos y sólo asegura que quién reciba un beso bajo el muérdago encontrará el amor que busca o disfrutará del que ya tenga y, claro está, gozará de buena fortuna.

 

     La tradición de adornar los hogares con muérdago por Navidad procede de los países del norte y centro de Europa, aunque hoy ya se halla asentada como una costumbre habitual en todos los países del continente. En España – con excepción de algunas zonas próximas a la frontera francesa en las que el uso de esta planta viene de antiguo – no fue sino a partir de finales del primer cuarto del siglo pasado cuando comenzó a generalizarse, muy lentamente, el uso del muérdago por Navidad.

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De el significado del muérdago, ha trascendido hasta no hace mucho tiempo, las enramadas que se ponian en la ventana de la casa donde habia una moza soltera, en Aragón cuando las rondas aún eran muy frecuentes y concurridas, se cantaba la jota  debajo o frente las ventanas enramadas.

  Tambien se conserva en varios tipos de dances y jotas, hasta no hace muchos años el ramo aún se colgaba en muchas casas, y en fiestas lo llevaban muchos mozos en la solapa de la chaqueta

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

               LA  PLANTA  SUSPENDIDA  ENTRE  EL  CIELO  Y  LA  TIERRA

 

 

     El muérdago – Viscum album – pertenece a la familia de las Lorantáceas, plantas hemiparásitas que aunque pueden hacer la fotosíntesis asimilando la luz del sol son incapaces de enraizar en la tierra y lo hacen sobre el tejido vivo de otras plantas, generalmente sobre árboles de hoja caduca y coníferas, muy particularmente sobre álamos, tilos, abedules, sauces, manzanos, perales, nogales, pinos, abetos y, en el sur español, sobre olivos; en nuestras latitudes es muy raro encontrarlo sobre robles – el árbol sagrado por excelencia cuando va coronado por el muérdago --, y es aún mas extraño hallarlo sobre la vid. Se disemina a partir de semillas contenidas en los excrementos de los pájaros (en especial del zorzal charlo o Turdus viscivorus) que comen sus pulposas bayas blancas (toxicas para los humanos).

 

     Al contrario que el resto de plantas, las raíces del muérdago no se dirigen hacía el interior de la tierra, sino que hunden sus chupadores en la madera del árbol en que medra, y sus ramas y hojas tampoco crecen en dirección al sol, sino que lo hacen conformando una mata redondeada que se dispone en el espacio sin tener en cuenta ni la tierra ni el sol. A diferencia de la mayoría de vegetales, que necesitan la oscuridad para germinar y la luz solar para poder crecer y verdecer, el muérdago requiere de la luz del sol para poder brotar y sus hojas se mantienen permanentemente verdes, tanto en condiciones de luz como de oscuridad, durante todo el año.

 

     Su ciclo estacional difiere del de la inmensa mayoría de los vegetales ya que, en nuestras latitudes, florece en primavera pero sus frutos no maduran hasta la época más fría del invierno (entre noviembre y enero). Sus épocas tradicionales de recolección son el solsticio de verano y el de invierno, generalmente durante el primero o el sexto día de luna.

 

     Por las razones recién aludidas, el muérdago no está ligado a la tierra, al espacio, ni al tiempo, aunque si está íntimamente conectado, desde su mismo origen, a la luz solar (al “cielo”), unas peculiaridades que sirvieron de base para la construcción de su notable leyenda. Desde la más remota Antigüedad, el muérdago ha sido considerado como una planta sagrada, tanto en toda Europa como en regiones alejadas de Asia o África; los ainos de Japón o los walos africanos, por ejemplo, lo consideran como una especie de <regalo divino> estacional.

 

     El filósofo y científico griego Teofrasto (373-287 a.C.), discípulo de Platón y de Aristóteles, al describir el muérdago, en su obra Historia Plantarum, ya cita manuscritos muy anteriores que sitúan el origen de esta planta en una época muy remota en la que fue traída a la tierra a la tierra por los dioses para que sirviese de panacea y talismán protector.

 

 

 

 

 

 

 

 

             SIMBOLO  DE  UNION  ENTRE  LO  DIVINO  Y  LO  HUMANO

 

     En el solsticio de invierno, el 21 de diciembre, durante la noche más larga del año, los druidas iban hasta el claro de los bosques en busca de la planta que estaba suspendida entre el cielo y la tierra y conservaba su verdor en todas las estaciones; tenía lugar la Modra Necht, la ceremonia de la recogida del muérdago, que era particularmente venerado si crecía sobre un roble, su árbol más sagrado.

 

     El Colegio de Druidas – formado, entre otros, por bardos (poetas), vates (adivinos) y la koridwen (representación del principio femenino, de la Naturaleza) -, precedido por el heraldo portador de la espada, daba tres vueltas al claro en el que estaba el roble sagrado, acto seguido el heraldo se detenía cara al norte, trazaba un círculo en el suelo con la espada, tocaba el cuerno y preguntaba si había paz en los países celtas. Acto seguido, el archidruida encargado del ritual, vestido de blanco, trepaba al roble y comenzaba a cortar el muérdago con una hoz de oro. La planta, que no podía tocar el suelo so pena de perder sus propiedades sagradas, caía sobre un lienzo de lino blanco que era sostenido por cuatro mujeres presididas por la koridwen.

 

     En el momento de invocar las potencias de los espíritus de los antepasados se gritaba: <¡ Oh Ghel au Heu!> (<¡ Con el muérdago de Año Nuevo!>), que ritualmente significaba <¡ Que Salga el Trigo!>, eso es que vuelva la vida a la tierra al acabar el invierno. Seguidamente, la koridwen, que era la encargada de elaborar pócimas medicinales con las bayas del muérdago, entregaba a cada participante un ramillete de la planta y a continuación se celebraba una eucaristía o comida ritual, con hidromiel y una galleta, en acción de gracias por haber recibido tan abundante cosecha de muérdago. Para finalizar, se tocaba el arpa con el fin de armonizar las relaciones entre los muertos y los vivos, se volvía a formar la procesión y el Colegio abandonaba el claro del bosque.

 

     El hecho de que el muérdago sea propagado por los pájaros -<mensajeros de los dioses> que simbolizan casi universalmente las relaciones entre cielo y tierra -, que comen sus bayas, y brote sobre un Árbol-Madre lo cualificaba ante los druidas como la representación del acto de unión entre lo divino o celeste y lo humano o terrestre, era el símbolo del sacrificio divino, del descenso del Espíritu sobre la Materia, un significado que concuerda perfectamente con la alegoría del niño Jesús en el contexto de la Navidad cristiana.

 

     Sin embargo, las escasas leyendas cristianas que han intentado evangelizar el simbolismo del pagano muérdago se perdieron por caminos muy alejados de la bella alegoría recién citada. Así, por ejemplo, una fábula católica pretendió que la cruz de la pasión de Jesús fue construida con la madera de uno de los <grandes árboles de muérdago que existían en esos días> y que, en consecuencia, tras la ejecución del nazareno, toda la especie vegetal se encogió de vergüenza hasta tal punto que se vio obligada a tener que sobrevivir, escondida entre las ramas de otros árboles, como una planta parásita.

 

     Desde el punto de vista que intentó introducir esta leyenda católica medieval tardía, tener un ramillete de muérdago en casa equivaldría a exponer un crucifijo en honor de Jesucristo, pero este simbolismo jamás hizo la menor fortuna y la planta siguió asociada a sus ancestrales poderes mágicos y a los no menos antiguos anhelos de protección, prosperidad y buena suerte.

            TALISMAN  PROTECTOR  QUE  DA  SUERTE  Y  FERTILIDAD

 

 

    Aunque los druidas desaparecieron hace ya muchísimos siglos, hoy, en países como Francia, Gran Bretaña y Escandinavia, todavía hay hermandades que celebran ritualmente la noche del 21 de diciembre. Un claro residuo de esos rituales celtas ha pervivido hasta tiempos muy recientes bajo diversidad de tradiciones populares. Así, por ejemplo, en muchas regiones, entre ellas la Provenza francesa, los niños recogían muérdago en los bosques por Navidad y lo repartían de casa en casa, durante el último día del año, al grito de <agui l’anneau¡> (<¡el muérdago de Año Nuevo!>); a cambio de esos ramilletes de la buena suerte, los críos recibían aguinaldos en forma de golosinas, regalos o algunas monedas. (los nacidos antes de la década de los sesenta, aún tenemos el recuerdo de el aguinaldo de año nuevo)

 

     En algunas zonas españolas vecinas de Francia, como en el Ampurdán catalán, desde muy antiguo se ha seguido la costumbre de intercambiar, entre amigos, durante el día de Navidad o de Año Nuevo, ramos de muérdago recogidos en el bosque con la finalidad de desear y proporcionar suerte a la persona que se le regala. Este ritual del <ramo de la suerte> acabará extendiéndose por todo el país, como una nueva moda navideña, a partir del primer cuarto del siglo pasado.

 

     Las tradiciones agrarias europeas han venido considerando el muérdago como un eficaz protector frente a los hechizos y maleficios, le han adjudicado altas propiedades curativas y regeneradoras y, en general, lo han reverenciado y empleado como un portador de felicidad por excelencia. En su papel de amuleto protector, el muérdago era – y aún es—colocado en los techos de las casas y en los establos para protegerse de la caída del rayo y de las enfermedades del ganado.

 

    Su mágica capacidad para evitar los rayos—en algunas regiones se conoce a la planta como <escoba de rayos>-- le viene de la creencia campesina que sitúa el origen del muérdago en la descarga de un relámpago, una suposición que debió de nacer tras observar repetidamente que el muérdago y algunos árboles –como el tejo—atacados por el rayo están muy relacionados; de hecho, los geobiólogos han hecho notar que en los puntos donde hay fuertes perturbaciones telúricas, señalados como geopatógenos, los árboles afectados, que sufren tumoraciones y malformaciones diversas, son el objetivo predilecto tanto de rayos como de matas de muérdago. Parece que el muérdago gusta absorber los excesos de energía telúrica, ya que es en estos lugares donde su desarrollo alcanza las mayores cotas, con lo que contribuye a mantener sanos a los árboles que lo hospedan.

 

   A más abundamiento, tomando en cuenta que el muérdago mágico por excelencia era el que crecía sobre el roble y recordando que, como muy bien señaló Georges James Frazer en su obra fundamental La rama dorada (1890), el roble estaba asociado al dios del rayo y el trueno en los pueblos arios –fuente de las creencias que nos ocupan --, resulta aún mas sólida la conexión mítica entre el muérdago y el rayo.

 

   El rayo, como símbolo prácticamente universal, representa una influencia fecundante, ya sea en el orden material como espiritual. En las culturas antiguas, como, por ejemplo, las mesopotámicas, la hebrea o la griega, el rayo era el instrumento por excelencia para la manifestación de Dios. En las representaciones iconográficas, el rayo áureo, ya sea emanado del sol (astro divinizado en todas las culturas) o de cualquier otro dios antropomorfo, simboliza la chispa de la vida, el poder fertilizante de la divinidad celeste. El muérdago – criatura <que se alimenta del sol>, que no toca jamás la tierra y que culmina su existencia adquiriendo un color dorado - , a partir de este parentesco con el rayo, fortaleció, si no adquirió, su clásica función favorecedora de la fertilidad.

 

   De lo anterior han derivado tradiciones tan populares y extendidas como la procedente del norte de Europa de besarse y/o abrazarse bajo el muérdago, por Navidad, para que la pareja que lo haga obtenga el don de la fertilidad y tenga hijos (uno de los bienes más preciados durante toda la evolución de la humanidad).

 

   Ya Plinio el Viejo (23-79 d.C.), en su enciclopédica Naturalis historia, dejó escrito que, entre los celtas, las mujeres llevaban un trocito de muérdago encima para propiciar sus embarazos, y se empleaban pociones hechas con esa planta para hacer criar a los animales estériles. En el mismo sentido, en relación a la fertilidad de los campos de cultivo, los agricultores desde muy antiguo, relacionaron la abundancia o escasez de muérdago sobre los árboles del bosque a finales de diciembre con un augurio acerca de la mayor o menor calidad y cantidad de sus próximas cosechas, especialmente de las de grano.

 

   La costumbre de besarse y/o abrazarse bajo el muérdago se implantó en Estados Unidos a mediados del siglo XIX, y desde Gran Bretaña, a principios de el siglo XX, pasó a Francia como una nueva moda social – recomendada por ejemplo, en la revista Fémina de 15 de diciembre de 1903 - ; en España comenzó a ser un uso popular a partir de finales del primer cuarto del siglo XX.

 

   Según Plinio, los galos identificaban el muérdago con el término oll-iach o uileiceaadh, que significa <el que cura todo>, y los druidas consideraban el muérdago como un símbolo de inmortalidad, vigor y regeneración física, una creencia que cimentó la fama milagrera que ha mantenido esta planta hasta casi nuestros días. Popularmente se ha atribuido al muérdago poder curativo contra la epilepsia, las enfermedades infantiles o la esterilidad, y se ha considerado como el mejor antídoto contra cualquier veneno. Su presunta acción benefactora llegaba hasta el mismísimo mundo de los sueños, dando origen a costumbres como la austriaca de situar un ramo de muérdago en el umbral de la puerta para evitar las pesadillas, o la galesa de poner un trozo de la planta bajo la almohada para poder disfrutar de sueños proféticos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        LLAVE  DEL  CICLO  ESTACIONAL  Y  LUZ  QUE  GUIA  HACIA

 

                                EL  RENACIMIENTO DE  LA  VIDA

 

 

    Al fructificar en el solsticio hiemal, cuando toda la Naturaleza permanece aletargada bajo el frío, el muérdago se convierte en la llave del ciclo anual, en el símbolo que irradia la <luz dorada> que guía desde las tinieblas invernales hasta la claridad primaveral, punto culminante en que se inicia la eclosión de la vida en la Tierra y, por extensión, la regeneración física y espiritual de todos los seres vivos.

  

   Eneas, el héroe de la Eneida de Virgilio (70-19 a.C.), empleó el muérdago como llave de la puerta de salida que le permitió dejar atrás las tinieblas infernales. <Fácil es la bajada al averno – le dice la Sibila a Eneas en el texto de Virgilio - , día y noche está abierta la puerta del negro Dite; pero retroceder y restituirte a las auras de la Tierra, esto es lo arduo, esto es lo difícil; pocos, y del linaje de los dioses, a quienes fue Júpiter propicio, o a quienes una ardiente virtud remontó a los astros, pudieron lograrlo (…).

 

    <Mas si tan grande amor te mueve, si tanto afán tienes de cruzar dos veces el lago Estigio, de ver dos veces el negro Tártaro, y si estas decidido a probar la insensata empresa, oye lo que has de hacer ante todo: Bajo la opaca copa de un árbol se oculta un ramo, cuyas hojas y flexible tallo son de oro, el cual esta consagrado a Juno infernal; todo el bosque le oculta y las sombras le encierran en tenebrosos valles, y no es dado penetrar en las entrañas de la tierra sino al que haya desgajado del árbol la áurea rama (…). De esta suerte podrás, en fin, visitar las selvas estigias y los reinos inaccesibles para los vivos.>

 

   Virgilio nos dio una pista importante cuando le hizo decir a la Sibila que el muérdago estaba consagrado a Juno, ya que sabemos que esta poderosa diosa romana era la esposa de Júpiter y que su nombre era la versión latina que recogía la identidad y funciones de la antigua diosa griega Hera, reina del mundo y protectora de la fecundidad, que, a su   vez, era una versión de Tinnit-Baalit, diosa de la fecundidad, de la Naturaleza y de la vida, que ya reinaba sobre el mundo, en el Próximo Oriente, unos dos mil años a, C. Todo parece indicar, pues, que la leyenda asociada al muérdago que recogió Virgilio en su obra – y que, en lo fundamental, fue clave en el contexto religioso germano y celta – tuvo su origen en las elaboraciones míticas de las primitivas culturas indoeuropeas.

 

    Los celtas, artífices básicos de la aureola mágica del muérdago que ha llegado hasta hoy bajo diferentes tradiciones populares, fueron la rama occidental de los pueblos indoeuropeos que tomaron Europa central como punto de partida de una expansión que les llevó hasta la Galia y las islas Británicas hacia el siglo X o IX a.C. y hasta Italia, España, Grecia, los Balcanes y Asia Menor entre los siglos VI y V a.C. Publio Virgilio Marón había nacido en el antiguo Eridan, región que estuvo ocupada durante mucho tiempo por los celtas, de quienes debió de recoger la tradición sobre el poder mágico del muérdago.

 

    El simbolismo de esta leyenda de la Eneida aflora magistralmente la necesidad mas fundamental que tenían los pueblos agrarios desde la noche de los tiempos, eso es que la Naturaleza vuelva a la vida tras su muerte invernal. Eneas, después de su paseo por la  desolación del averno/invierno, logró regresar al mundo de los vivos mediante la artimaña de mostrarle al barquero Caronte la <áurea rama> de muérdago, ante la que éste cayó presa de admiración y se avino sin reservas a devolver al héroe hacia el lado de la vida del lago Estigio.

 

    Del mismo modo que se describe en la leyenda, la presencia del ramillete de muérdago ritual en las ceremonias culturales y en los hogares estaba destinada a lograr un idéntico fin: conmover y convencer al <viejo harapiento, duro e inflexible> Caronte –representado bajo los aspectos básicos que, muchos siglos mas tarde, y no por casualidad, identificarán la imagen del <Viejo Invierno> - para que deje cruzar el alma de la Naturaleza desde el lado de la muerte (invierno) hasta el de la vida (primavera).

 

    El muérdago, por tanto, no solo se nos muestra como un eficaz instrumento contra los poderes de las tinieblas – y, por extensión, como un protector contra el mal de ojo y otras maldiciones -, sino que se nos presenta como la llave que hace posible el milagro anual que tan bellamente expresa el ancestral mito del eterno retorno. La rama de muérdago, colgada en un lugar bien visible del hogar, durante las fiestas de Navidad, representa la súplica primigenia que la humanidad, desde tiempo inmemorial, elevó al cielo en demanda de protección, prosperidad y felicidad.

 

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                                                        NOTAS

 

    El muérdago de roble era y es muy raro en todo el occidente europeo, aunque, por el contrario, más al este, hacia Moscú y Bagdad, es este árbol el que con más frecuencia resulta parasitado por el muérdago.

 

    Estaba estrictamente prohibido emplear utensilios de hierro para cortar el muérdago, ya que se creía que el contacto con este metal <terrestre> podia descargarlo de sus poderes mágicos. Un tabú similar encontramos, por ejemplo, entre los constructores del Templo de Salomón, a los que tampoco se les permitió usar útiles de hierro. El oro, por el contrario, es el metal que simboliza la inmortalidad en casi todas las culturas. La forma de la hoz usada para recoger el muérdago representa la luna en cuarto creciente, antiquísimo signo de fecundidad y de renovación de las cosechas. La relación simbiótica entre el muérdago y el oro obedece también a que sus flores son doradas y a que conforme la planta recogida en Navidad comienza a secarse va dorándose hasta aparentar un <ramillete de oro> hacia el mes de junio. En algunas regiones europeas (Galicia es una de ellas), en virtud de la magia simpática – que propugna que igual atrae a igual -, aún se suele emplear el muérdago seco para buscar tesoros enterrados o escondidos.

 

    Caronte, hijo de Erebo (las tinieblas infernales; hijo a su vez de Caos, el desorden originario anterior a la existencia de dioses y hombres) y de su hermana Nix (la noche), estaba encargado de pasar con su barca las almas de los muertos de un lado a otro del Aqueronte, a través del río o lago Estigio, desde el lado de los vivos hasta el de los infiernos. Se le representa como un viejo harapiento, duro e inflexible, que no dejaba pasar a nadie si no le pagaba previamente un óbolo (moneda griega de plata); en esta creencia se fundamentaba la costumbre ancestral – que coexistió con el cristianismo y fue habitual hasta hace poco tiempo – de depositar una moneda dentro de la boca de un cadáver con el fin de que pudiese pagarle su pasaje a Caronte.

 

   LOS  ANTIGUOS  CULTOS  AGRARIOS  DEL  SOLSTICIO  DE  INVIERNO

 

   Durante la Navidad, solsticio de invierno en el hemisferio norte, el sol alcanza su cenit en el punto más bajo y desde ese momento el día comienza a alargarse progresivamente en detrimento de sus noches – hasta llegar el solsticio de verano (21-22 de junio) en que invierte su curso -; el término solsticio significa <sol inmóvil> ya que en esos momentos el sol cambia muy poco su declinación de un día a otro y parece permanecer en un lugar fijo del ecuador celeste.

 

    El solsticio es el acontecimiento cósmico que vivifica la Naturaleza con su luz y su calor, razón por la cual, para todas las culturas antiguas, representaba el auténtico nacimiento del sol y, con el, toda la Naturaleza comenzaba a despertar lentamente de su letargo invernal y los humanos veían renovadas sus esperanzas de supervivencia gracias a la fertilidad de la tierra que garantizaba la presencia del astro divino, del dios más arcaico que la humanidad ha venerado.

 

    En el solsticio de invierno todos los pueblos antiguos, adoradores del sol, celebraban el nacimiento del astro rey mediante grandes festejos caracterizados por la alegría general y el protagonismo de las hogueras, alrededor de las cuales se concentraban los lugareños con el fin de manifestar su alborozo y esperanza mediante ceremonias colectivas centradas en cantos y danzas rituales y en la recogida de ciertas plantas mágicas como el muérdago.

 

    Era también la época adecuada para realizar pactos protectores con los espíritus de la Naturaleza y con los de los familiares fallecidos (una costumbre de la que derivó, en pueblos como el germano, la fiesta de los difuntos, que la Iglesia católica acabará por transformar en una jornada de tristeza que desplazará hasta el primer domingo de noviembre para poder alejarla de la alegre conmemoración del nacimiento de Jesús).

 

    Los pueblos prerromanos, durante los tres días anteriores al 24 y 25 de diciembre, así como los posteriores que llevaban hasta el Año Nuevo, festejaban el retorno del Nuevo Sol y las fuerzas vegetativas de la Naturaleza.

 

    Las grandes hogueras – tal como veremos en el capitulo, sobre la tronca de Navidad -, al margen de simbolizar el magno acontecimiento, tenían la función de excitar el calor y la fuerza de los rayos de un sol recién nacido que encaraba su curso hacia la primavera inundando la tierra con su poder regenerador. Otro tanto sucedía durante el solsticio de verano, época adecuada para mostrarle al divino sol el agradecimiento de quienes habían sobrevivido un año más gracias a su generosa intervención en el ciclo agrícola y ganadero.

 

    Con el inicio de la expansión de la Iglesia católica por todo el continente europeo, los papas no siempre pudieron imponer su fe por la fuerza y a menudo tuvieron que obrar con astucia fingiendo tolerar determinados ritos paganos aunque en realidad los minaban y transformaban progresivamente al entremezclarlos con elementos cristianos añadidos. Una muestra de ello nos la dejó el papa Gregorio I el Grande (590-604) que, aunque siempre ordenó que los paganos fuesen sometidos a castigos y prisión si no se convertían, tuvo que ser más cauteloso durante su conquista evangélica de las almas de los anglosajones, aconsejándole al abad Mellitus, jefe de los propagadores del cristianismo en Gran Bretaña, lo que sigue:

 

    <No hay que destruir los templos paganos de ese pueblo, sino únicamente los ídolos que hay en los mismos; después de asperjar esos templos con agua bendita, erigir altares y depositar reliquias; porque si tales templos están bien construidos, perfectamente pueden transformarse de una morada de los demonios en casas del Dios verdadero, de manera que si el mismo pueblo no ve destruidos sus templos, deponga de su corazón el error, reconozca el verdadero Dios y ore y acuda a los lugares habituales según su vieja costumbre…>

 

    Esta estrategia fue seguida también en la evangelización de las Galias y la Germania, aunque su éxito no fue precisamente clamoroso. Así, por ejemplo, en el primer Concilium Germanicum, celebrado en los años 742 y 743, se tuvo que disponer que <el pueblo de Dios no fomente ninguna cosa pagana, sino que rechace y aborrezca toda inmundicia de los gentiles, ya se trate de ofrendas a los muertos o adivinación, de amuletos o signos de protección, de conjuros o sacrificios conjuradores, que gentes necias ofrecen junto a las iglesias y a la manera pagana, invocando a los santos mártires y confesores, con lo que provocan la cólera de Dios y de los santos, para acabar alrededor de los fuegos sacrílegos, que ellos llaman neid fyr>.

 

    Resulta evidente, pues, que la Iglesia católica, en el siglo VIII, a pesar del gran esfuerzo de Bonifacio -<el apóstol de Germania>-, aún no había podido lograr que los germanos renunciasen a sus prácticas paganas tradicionales ni, mucho menos, a sus ceremonias solsticiales navideñas alrededor de los fuegos sagrados.

 

    En los pueblos germánicos y galos – pero especialmente entre los primeros, ya que fueron menos romanizados y su cristianización fue mas tardía, lenta, dificultosa e incompleta -, estas ceremonias solsticiales de adoración al Sol y a las fuerzas ocultas de la Naturaleza prosiguieron hasta bien entrada la Edad Media; en sus formas originales y puras estuvieron vigentes hasta la primera mitad del siglo X, y tomando expresiones externas más o menos matizadas o mediatizadas por el cristianismo han podido sobrevivir hasta nuestros días, contagiando de paganismo la celebración de la Navidad actual hasta el punto de que, tal como iremos viendo a lo largo de este libro, los mitos solares ancestrales (conservados en su estructura interna aunque desvirtuados en su forma externa y en su significado) siguen siendo los verdaderos protagonistas de los festejos navideños que se celebran en el mundo de hoy.

 

    Desde hace miles de años, y para las culturas y sociedades más diversas, la época de Navidad ha representado el advenimiento del acontecimiento cósmico por excelencia, del hecho más fundamental de cuantos podían garantizar la supervivencia del hombre pagano o campesino – pagus significa aldea y paganus aldeano o rústico -, del nacimiento – o, mejor dicho, renacimiento anual – de la principal divinidad salvadora.

 

     No es ninguna casualidad, por tanto, que el natalicio de los principales dioses solares jóvenes de las culturas agrarias precristianas – como Osiris, Horus, Apolo, Mitra, Dionisos/Baco (llamado el Salvador), etc.- fuese situado durante el solsticio de invierno. Y es menos casual aún que el natalicio de Jesús-Cristo, el Salvador cristiano, se haya concretado en el 25 de diciembre, fecha en la que hasta finales del siglo IV de nuestra era se conmemoró el nacimiento del Sol Invictus en el Imperio Romano

 

 

                           EL  ADVENIMIENTO  DE  LOS  DIOSES  SOLARES

 

                                     SIEMPRE  SE  FESTEJO  EN  NAVIDAD

 

 

 

    Con el desarrollo de las culturas urbanas, los rituales solsticiales agrarios no desaparecieron sino que se adaptaron a las nuevas circunstancias y necesidades, por eso las fiestas paganas más importantes <rebasaron el ámbito campesino y se convirtieron en ciudadanas, de forma que la fecundidad que en origen solicitaban para el campo y el ganado, pasó a comprenderse como prosperidad y riqueza para la ciudad. Estas festividades se concentran sobre todo en invierno, pues la actividad humana sufría en estos meses una bajada en su ritmo, ya que la guerra se detenía, nadie se atrevía a navegar y las faenas agrícolas eran entonces menos intensas. El invierno es en consecuencia un periodo muy propicio para las relaciones que se entablan con el mundo sobrenatural sean más estrechas, más íntimas>.

 

     Entre las fiestas de los antiguos griegos y romanos que fueron precedentes de la Navidad cristiana debe destacarse, por su importancia social y trascendencia mítica y simbólica, las dedicadas a Dionisos y Saturno.

 

     Dionisos, originado en la fusión de mitos egipcios y helenos, fue un dios del vino, de la vegetación y de la fecundidad, pero también de la muerte, ya que los difuntos y las potencias subterráneas -<infernales>, de inferus, inferior, puesto que se creía que el mundo de los muertos estaba por debajo de la tierra – eran tenidas por controladoras de la fertilidad.

 

      Su culto arrastraba multitudes e inspiraba ideales de rebeldía que se enfrentaban con el orden establecido, tanto el político (oponiéndose a la clase aristocrática dominante) como el divino (amenazando la supremacía de los dioses olímpicos clásicos). Ya en el siglo IV a.C., en el calendario de Bitinia el mes consagrado a Dionisos comenzaba el 24 de diciembre y tenía 31 días.

 

    En la antigua Atenas – y en el resto de Grecia, aunque con algunas variantes -, el culto popular a Dionisos estaba repartido en cuatro grandes festividades: las Dionisíacas de los campos, las Leneas, las Antesterias y las grandes Dionisíacas. Las dos primeras se celebraban alrededor del solsticio invernal, con carácter propiciatorio de la fertilidad/prosperidad y en medio de festejos caracterizados por la gran alegría general; las dos últimas tenían lugar en la primavera y festejaban la resurrección de la naturaleza.

 

    Las Antesterias, en particular, celebraban el vino nuevo, de la última cosecha, conmemoraban la llegada de Dionisos a Atenas y su hierogamia y, en su tercera jornada, el Chytroi (<las marmitas>), se recordaba a los difuntos. El ciclo dionisíaco, como vemos, es el mismo que muchos siglos después adoptará el cristianismo al situar la Navidad en el solsticio de invierno y la Pascua de Resurrección en primavera.

 

     El Saturno romano – equivalente al griego Cronos – fue una antigua divinidad agrícola cuyo nombre esta relacionado con satur (saciado, harto) y sator (sembrador, creador), siendo sinónimo de abundancia. Fue un dios agricultor y plantador de vides (vitisator), un arte que enseñó a los hombres cuando, perseguido por su hijo Júpiter, tuvo que refugiarse en Italia; bajo el apelativo de Stercutius presidía el abono de los campos.

 

     Los festejos romanos en honor de Saturno, la Saturnalia, fueron en su origen fiestas campestres – sementivae feriae, consualia larentalia, paganalia -, pero adquirieron mucha importancia a partir del año 217 a.C., tras la derrota del ejército romano por el cartaginés Anibal cerca del lago Trasimeno, preludio del desastre de la batalla de Cannas (216 a.C.) que puso fin a la segunda guerra púnica y contribuyó a despertar el espíritu religioso de los romanos.

 

      La celebración de la  Saturnalia duraba una semana y tenía lugar entre el 17 y el 23 del mes de diciembre. Después de la ceremonia religiosa  había grandes festejos y banquetes, se abolían temporalmente las clases sociales y, en los ágapes, los señores servían a sus esclavos – que podían burlarse impunemente de los amos -, cesaba toda actividad pública – en tribunales, escuelas, comercios, operaciones militares, etc.- y no se permitía ejercer ningún arte ni oficio salvo el de la cocina, se imponía el hacerse regalos unos a otros, los ricos convidaban a sus mesas bien surtidas a los pobres que llamaban a sus puertas, se practicaban juegos de azar…, en fin, los antiguos romanos hacían ya más o menos lo mismo, que aún se hace actualmente para celebrar la Navidad cristiana.

 

    Si nos remontamos mucho más atrás en la Historia, hasta la época en la que los hombres primitivos – que practicaron cultos naturalistas y adoraron a la esfera solar como deidad – comenzaron a desarrollar el concepto divino bajo formas antropomorfas, observaremos que todas las culturas de la Antigüedad pasaron a identificar a su dios, o a alguno de los más importantes de su panteón, con el dios Sol y, en lógica consecuencia, situaron la conmemoración y festejo de su advenimiento alrededor del prodigioso evento cósmico que representaba el solsticio de invierno cada 21-22 de diciembre.

 

     Caldeos, egipcios, cananeos, persas, sirios, fenicios, griegos, romanos, hindúes y la práctica totalidad de los pueblos con culturas desarrolladas, entre los que cabe incluir los imperios orientales y las civilizaciones precolombinas – como los aztecas y su máxima deidad Huitzilopochtli, que tantos quebraderos de cabeza dio a los misioneros españoles -, han celebrado durante el solsticio hiemal el parto de la <Reina de los Cielos> y la llegada al mundo de su hijo, el joven dios solar.

 

     En los mitos solares ocupa un lugar central la presencia de un dios joven que cada año muere y resucita, encarnando en sí los ciclos de la vida en la Naturaleza. En las culturas de mitología astral, el Sol representaba, la autoridad y también el principio generador masculino. Durante la Antigüedad, en todo el mundo civilizado, el sol fue el emblema de todos los grandes dioses, y los monarcas de todos los imperios se hicieron adorar como hijos del Sol (identificado siempre con su divinidad principal). En este contexto, la antropomorfización del Sol en un dios hijo joven presenta ejemplos tan conocidos como los de Horus, Mitra, Adonis, Dionisos, Krisna…o el propio Jesús-Cristo.

 

     En el Egipto Antiguo se creía que Isis, la virgen Reina de los Cielos, quedaba embarazada en el mes de marzo y daba a luz a su hijo Horus a finales de diciembre. El dios Horus, hijo de Osiris e Isis, era el <gran subyugador del mundo>, el que es la <substancia de su padre>, Osiris, de quien era una encarnación. Fue concebido milagrosamente por Isis cuando el dios Osiris, su esposo, ya había sido muerto y despedazado por su hermano Seth o Tifón. Era una divinidad casta – sin amores – al igual que Apolo, y su papel entre los humanos estaba relacionado con el Juicio ya que presentaba las almas a su padre, el Juez. Era el Christos y simbolizaba el Sol.

 

     Durante el solsticio de invierno, la imagen de Horus, en forma de niño recién nacido, era sacada del santuario para ser expuesta a la adoración pública de las masas. Era representado como un recién nacido (a menudo recostado en un pesebre) con cabello dorado, que tenía un dedo en la boca y el disco solar sobre su cabeza. Los antiguos griegos y romanos lo adoraron también bajo el nombre de Harpócrates, el niño Horus, hijo de Isis. El dios Osiris, dios de la vegetación y de los muertos, padre de Horus, también había nacido de una virgen en el solsticio hiemal.

 

     Mitra, uno de los principales dioses de la religión irania anterior a Zaratustra, desarrollado a partir del antiguo dios funcional indoiranio Vohu-Manah, objeto de un culto aparecido unos mil años antes de Cristo y que, tras pasar por diferentes transformaciones, pervivió con fuerza en el Imperio romano hasta el siglo IV d.C., era una divinidad de tipo solar – tal como lo atestigua, entre otros, su cabeza de león – que hizo salir del cielo a Ahrimán (el mal), tenía una función de deidad que cargaba con los pecados y expiaba las iniquidades de la humanidad, era el principio mediador colocado entre el bien (Ormuzd) y el mal (Ahrimán), el dispensador de luz y bienes, mantenedor de la armonía en el mundo y guardián y protector de todas las criaturas, y era una especie de mesías que, según sus seguidores, debía volver al mundo como juez de los hombres. Sin ser propiamente el Sol, representaba a éste y era invocado como tal. El dios Mitra hindú, como el persa, era también una divinidad solar, tal como lo demuestra el hecho de ser uno de los doce Adityas, hijos de Aditi, la personificación del Sol.

 

     Muchos siglos antes que Jesús-Cristo, el dios Mitra, según su leyenda popular, ya había nacido de virgen un 25 de diciembre, en una cueva o gruta, siendo adorado por pastores y magos, obró milagros, fue perseguido, acabó siendo muerto, resucitó al tercer día…

 

      Todas las personificaciones de dioses solares acaban por ser víctimas propiciatorias que expían los pecados de los mortales, cargando con sus culpas, y son muertos violentamente y resucitados posteriormente. Así, Osiris nació en el mundo como un Salvador o Libertador venido para remediar la tribulación de los humanos, pero en su lucha por el bien se topó con el mal (encarnado en su propio hermano Seth o Tifón, que acabaría identificándose con Satán), que le venció temporalmente y le mató; depositado en su tumba, resucitó y ascendió a los cielos al cabo de tres días (o cuarenta, según otras leyendas).

 

     El dios hindú Shiva, en un acto de supremo sacrificio, según cuenta el Bhâgavata-Purâna, ingirió una bebida envenenada y corrosiva que había surgido del océano para causar la muerte del universo – de ahí el epíteto de Nîlakantha (<cuello azul>) por el que también se conoce a Shiva y que fue el resultado del veneno absorbido -, tragedia que el dios evitó con su autoinmolación y vuelta a la vida.

 

      Baco, otro dios solar destinado a cargar con las culpas de la humanidad, también fue asesinado – y su madre recogió sus pedazos, tal como había hecho Isis con los trozos del cadáver de Osiris – para renacer resucitado. Ausonius, una forma de Baco (y equivalente a Osiris), era muerto en el equinoccio de primavera (21 de marzo) y resucitaba a los tres días. Idéntica suerte le había estado reservada a Adonis (equivalente al dios etrusco Atune o al sirio Tammuz), a Dionisos o al frigio Atis y a una larga lista de seres divinos que, como Krisna – muerto atado a un árbol y con su cuerpo atravesado por una flecha – o como Jesús-Cristo – muerto en la cruz de madera y lanceado -, fueron todos ellos condenados a muerte, llorados y restituidos a la vida.

 

     Son dioses que descendieron al Hades y regresaron otra vez llenos de vigor, tal como hace la Naturaleza con sus ciclos estacionales anuales. Todos ellos habían nacido, según el mito, durante el solsticio de invierno, fecha en la que algunas tradiciones tardías también sitúan el natalicio de Buda.

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Como se puede apreciar, estos artículos de Pepe Rodriguez además de interesantes estan narrados con esquisita maestria, de forma que a mí especialmente, me encanta leer, y ayudado por ellos voy sacando mis conclusiones y comentarios, que claramente están desposeidos de la citada maestria para desarrollarlos, por lo tanto con menos decoro, del  que yo desearia, mas los que como yo son atrevidos, pensamos que las cosas hay que escribirlas y si hay algo que añadir o rectificar, se añade se corrige o se amplia, ya que considero es mejor esto que por temor a no hacerlo bien no comentar nada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

            EL  NATALICIO  DE  JESUS  UN  25  DE  DICIEMBRE  NO  SE  FIJO

 

                                                HASTA  EL  SIGLO  IV

 

 

     En el siglo II de nuestra era, los cristianos sólo conmemoraban la Pascua de Resurrección y su misterio, ya que consideraban irrelevante el momento del nacimiento de Jesús y, además, desconocían absolutamente cuándo pudo haber acontecido.

 

     Durante el siglo siguiente, al comenzar a aflorar el deseo de celebrar el natalicio de Jesús de una forma clara y diferenciada, algunos teólogos, basándose en los textos de los Evangelios, propusieron datarlo en fechas tan distintas como el 6 y 10 de enero, el 25 de marzo, el 15 y 20 de abril, el 20 de mayo y algunas otras. El sabio Clemente de Alejandría (150-215) no quiso quedar al margen de la polémica y postuló el día 25 de mayo. Pero el papa Fabián (236-250) decidió cortar por lo sano tanta especulación y calificó de sacrílegos a quienes intentaron determinar la fecha del nacimiento del nazareno.

 

      A pesar de la disparidad de fechas apuntadas, todos coincidieron en pensar que el solsticio de invierno era la fecha menos probable si se atendía a lo dicho por Lucas en su evangelio: <Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre el rebaño. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz…> (Lc 2,8-14).

 

     Si los pastores dormían al raso cuidando de sus rebaños, para que el relato de Lucas fuese cierto y/o coherente debía referirse a una noche de primavera – de ahí las fechas posteriores al 21 de marzo, equinoccio primaveral e inicio de esta estación -, ya que a finales de diciembre, en la zona de Belén, el excesivo frío y las todavía abundantes lluvias invernales impedían cualquier posibilidad de pernoctar al raso con el ganado.

 

     Forzando la escena relatada por Lucas hasta el límite de la sutileza, otras Iglesias cristianas ajenas a la católica – como la Iglesia Armenia – fijaron la conmemoración de la Natividad en el día 6 de enero ya que, según su deducción, aunque no es posible situar el relato de Lucas en la estación mas fría y lluviosa del año en las tierras de Judea, sí puede ser creíble situando el nacimiento de Jesús un poco más tarde, en enero y en el Oriente Medio, un tiempo y un lugar donde es muy probable la existencia de cielos nocturnos claros y sin borrascas, aunque todavía haga frío, eso sí. Con el mismo argumento, en otras Iglesias orientales, egipcios, griegos y etíopes propusieron fijar el natalicio en el día 8 de enero. Eutiquio, patriarca de Alejandría, en el siglo X aún defendía esta fecha como la única verdadera.

     Basándose también en Lucas, la Iglesia oriental empleó otro argumento todavía más peculiar para defender la fecha del 6 de enero. Cogiendo al vuelo la afirmación de Lucas cuando escribió que <Jesús, al empezar, tenía unos treinta años> (Lc 3,23), dedujeron, de alguna manera sin duda milagrosa, que Jesús murió cuando tenía <exactamente> treinta años, contados éstos desde el día de su concepción, y, dado que la fecha de crucifixión la habían fijado el 6 de abril (¡?¿¡), solo tuvieron que añadir los nueve meses de gestación para llegar hasta el tan celebrado 6 de enero.

 

     Dejando al margen la vía para calcular tan preciado día, lo cierto es que la fecha del 6 u 8 de enero – la primera que la cristiandad celebró – tenía mucho sentido ya que, en la Alejandría egipcia (cuna de aspectos fundamentales de la doctrina cristiana), se festejaba con toda pompa el festival de Core <la Doncella> - identificada con la diosa Isis – y el nacimiento de su nuevo Aion, que era una personificación sincrética de Osiris.

 

     San Epifanio, refiriéndose al festival de Core, escribió en Penarion 51: <la víspera de aquel día era costumbre pasar la noche cantando y atendiendo las imágenes de los dioses. Al amanecer se descendía a una cripta y se sacaba una imagen de madera, que tenía el signo de una cruz y una estrella de oro marcada en las manos, rodillas y cabeza. Se llevaba en procesión, y luego se devolvía a la cripta; se decía que esto se hacía porque la Doncella había alumbrado al Aion>.

 

     Entrado ya el siglo IV, cuando ya se había concluido lo substancial del proceso de trasvase de mitos desde los dioses solares jóvenes precristianos hacía la figura de Jesús-Cristo, se decidió fijar una fecha concreta – y acorde a su nueva concepción mítica – para el natalicio de Jesús. Dado que al judío Jesús histórico se le había adjudicado toda la carga legendaria que caracterizaba a su máximo competidor de esos días, el dios Mitra, lo lógico fue hacerle nacer el mismo día en que se celebraba el advenimiento de ese joven dios.

 

     A más abundamiento, cabe recordar que la figura de Jesús no fue oficialmente declarada como consubstancial con Dios hasta el año 325, cuando el emperador Constantino convocó el concilio de Nicea y ordenó a todos los obispos asistentes que acatasen el entonces muy discutido y discutible dogma de que el Padre y el Hijo compartían la misma substancia divina.

 

     De esta forma, entre los años 354 y 360, durante el pontificado de Liberio (352-366), se tomó por fecha inmutable la de la noche del 24 al 25 de diciembre, día en que los romanos celebraban el Natalis Solis Invicti, el nacimiento del sol invencible – un culto muy popular y extendido al que los cristianos no habían podido vencer o proscribir hasta entonces – y, claro está, la misma fecha en la que todos los pueblos contemporáneos festejaban la llegada del solsticio de invierno.

 

     Según algunos autores, en la elección del 25 de diciembre – hecho que sitúan en el año 345, bajo el papa Julio I – tuvo una influencia decisiva Juan Crisóstomo (del que sabemos que defendió esta fecha, frente a la del 6 de enero, en, al menos, escritos del año 375) y Gregorio Nacianceno – uno de los tres padres capadocios que elaboraron la doctrina trinitaria clásica a finales del siglo IV -, pero lo más plausible es que ambos personajes no intervinieran en la datación del natalicio aunque si actuasen como fervientes defensores del 25 de diciembre a posteriori.

     En cualquier caso, san Agustín (354-430) sí debía tener muy claro el verdadero origen de la Navidad católica, sobrepuesta al Natalis Solis Invicti, cuando exhortó a los creyentes a que ese día no lo dedicasen <al Sol, sino al Creador del Sol>.

 

     Con la instauración de la Navidad también se recupero en Occidente la celebración de los cumpleaños, aunque las parroquias europeas no comenzaron a registrar las fechas de nacimiento de sus feligreses hasta el siglo XII.

 

     A pesar de haberse fijado ya como inmutable la fecha del 25 de diciembre – o quizá por esa misma razón -, las especulaciones en torno al natalicio de Jesús prosiguieron durante muchos siglos después. El papa Juan I (523-526), decidido a averiguar la verdad, le encargó una investigación al monje Dionysius Exsiguus (Dionisio el Pequeño) que, tras un curioso proceso de razonamiento, concluyó que el año de la Encarnación había sido el 754 de la fundación de Roma, y que la Encarnación misma había tenido lugar el 25 de marzo y el nacimiento, el 25 de diciembre, eso es después de una gestación matemáticamente exacta de nueve meses.

 

     La peculiar datación de Dionisio el Pequeño también dejó en herencia otra fecha famosa, la de los 33 años de Jesús en el momento de ser crucificado, pero hoy ya está bien demostrado que los cálculos del monje romano fueron errados hasta en lo más evidente y que Jesús tenía entre 41 y 45 años cuando fue ejecutado.

 

     En el siglo XVI, un erudito como José Scaligero aún se ocupó del asunto y afirmó que Jesús había nacido a finales de septiembre o principios de octubre. Más prudente, el gran sabio y teólogo Bynaeus (1654-1698), después de analizar todo lo escrito al respecto, concluyó que <puesto que la Escritura calla sobre esto, callemos también nosotros>. La fecha del 25 de diciembre, fijada a finales del siglo IV, ya era inamovible para el orbe católico (aunque no fuese aceptada por las Iglesias cristianas orientales que siguen celebrando el natalicio de Jesús el 6 de enero).

 

     En un principio, la festividad de la Navidad tuvo un carácter humilde y campesino, pero a partir del siglo VIII comenzó  a celebrarse con la pompa litúrgica que ha llegado hasta hoy, creando progresivamente la iluminación y decoración de los templos, los cantos, lecturas, misterios y escenas piadosas que dieron lugar a representaciones al aire libre del nacimiento del portal de Belén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                       EL  ARBOL  DE  NAVIDAD

 

 

   Una de las actividades centrales de la celebración navideña actual se realiza en torno al proceso de montar el árbol de Navidad. Primero se parte de “excursión” hacia ferias navideñas, o viveros de plantas, para comprar un pino o abeto de tamaño adecuado al de cada salón y/o presupuesto. Luego ya instalado en casa, padres e hijos suelen compartir la ceremonia de colgar de las ramas del árbol el máximo número posible de bolas, campanillas, estrellas, herraduras, piñas, paquetitos de regalos, velas y minúsculas bombillas. Y cuando, por fin, tras concluir la sesión de adorno y proceder a enchufar la instalación eléctrica, el árbol comienza a centellear, parece que la Navidad se ha presentadote golpe en el hogar.

   El abeto navideño acompaña todo el ciclo festivo de principio a fin, haciéndose presente a todas horas desde el lugar de honor que se le reserva en casas particulares, comercios, empresas, entidades públicas o en las calles y plazas principales de cada pueblo o ciudad. Casi todos lo vemos como un adorno más, pero, sin embargo materializa algunos de los simbolismos más maravillosos del solsticio de invierno.

 

 

              ORIGEN Y VERDADERO SENTIDO DE LA DECORACION

                                           DEL ARBOL NAVIDEÑO

 

 

   Entre el tercero y segundo milenio a. de C., una diversidad de pueblos indoeuropeos- de origen aún desconocido, aunque se supone que procedían del sudeste europeo y de la Rusia meridional- se expandieron por Europa y Asia dentro de una gran franja que abarcó desde el río Indo hasta el océano Atlántico. En los hábitats de todas esas culturas fue especialmente importante el roble, un corpulento árbol de follaje caduco, propio de los bosques centroeuropeos, pero común también en las zonas mediterráneas.

 

   El roble jugó un papel fundamental como aliado de la agricultura y la ganadería- y, por tanto, como elemento básico para la supervivencia de esos primeros aldeanos europeos- gracias a sus cualidades naturales, especialmente idóneas para mantener y potenciar la vida vegetal y animal a su alrededor, razón por la cual este árbol se convirtió en un “rey” del lugar, en el “Dios Roble”, asociado al poderoso dios celeste del rayo y el trueno desde la mas remota Antigüedad y, posteriormente, asociado también a Zeus y Júpiter, jefes supremos, respectivamente, del panteón de los dioses helenos y latinos, así como a Hércules, Thor y todos los otros dioses del Trueno.

 

   Los árboles, símbolos vegetativos del bosque y expresión de las fuerzas fecundantes de la Madre Tierra, fueron objeto de culto en toda la Europa prerromana.

 

    El árbol sagrado por excelencia fue el roble, pero en las regiones donde éste no crecía naturalmente se traspasó su función mágica a otros árboles propios de cada zona.

 

    Así, por ejemplo, si tomamos como base la palabra céltica  ”tann”, que significa “ árbol sagrado”, vemos que en la Galia y Britania servía para identificar al roble, su árbol sagrado nacional, mientras que, en cambio, en Cornualles (sur del Reino Unido) – glas – tann, eso es (árbol verde sagrado) – designaba a la encina y en la Germania céltica denominaba al abeto. De hecho, tal como señala Robert Graves, Tannos había sido el nombre del dios del Trueno galo y Tina el dios del Trueno armado con un rayo triple que los etruscos tomaron de las tribus goidélicas entre las que se establecieron.

 

   Para nuestros antepasados europeos, los rituales mágicos asociados al ciclo agrario del espíritu del árbol fueron un elemento central de sus culturas. En todo el continente, pero especialmente entre los pueblos septentrionales, los aldeanos – aun en época tan tardía como la Edad Media – se dirigían a los árboles del bosque y, tras ofrecerles algún regalo, invocaban la acción de sus espíritus con el fin de lograr protección para si mismos, sus familias, propiedades y ganados, así como en demanda de cosechas abundantes.

 

   No se podía maltratar ningún árbol ya que, dado que todos ellos poseían espíritu, hacerlo acarreaba la desgracia y, en fin, antes de hundir el hacha en el árbol que iba a ser talado, el leñador debía pedirle perdón y, según las regiones, incluso tenía que cumplir alguna penitencia (como por ejemplo, no cazar ciertos animales durante un tiempo) que fuese compensatoria con la Madre Naturaleza.

 

   Cuando, a mediados de otoño, las hojas del roble amarilleaban y caían, dejando el tronco y las ramas desnudas y con una apariencia desolada y nada atractiva, las culturas agrarias que adoraban los árboles creían que el espíritu que había vitalizado el roble desde el mes de abril anterior abandonaba el árbol – y el bosque y la Naturaleza en general - ; por eso, dentro del contexto ritual propiciatorio asociado al solsticio hiemal, las gentes de esos días comenzaron a adornar las esqueléticas ramas del roble con la intención de hacerlo mas atractivo como ”hogar” e incitar así al espíritu de la Naturaleza huido a volver a morar en él lo más pronto posible.

 

   De las ramas del roble se colgaban telas de colores y piedras pintadas que actuaban a modo de amuletos propiciatorios cuyo éxito se hacía patente, año tras año, al lograr el regreso del espíritu de la Naturaleza, bien visible en primavera detrás del prodigioso rebrotar de las hojas, de la floración y de la maduración de los frutos.

    Así pues, el ancestral y verdadero significado de los adornos que todavía hoy se cuelgan del árbol de Navidad es el de propiciar el espíritu generador de la Naturaleza que, tras hacer brotar la vida vegetal y animal, asegurará nuestra supervivencia un año mas.

 

    Si tuviésemos un mínimo de conciencia ecológica quizá podríamos llegar a comprender que nuestro futuro, como especie, no depende tanto de los grandes almacenes y de la producción agropecuaria industrializada como de ese espíritu – que hoy muy bien podría llamarse equilibrio bioclimático y medioambiental – cuya palpitación anual ya somos incapaces de sentir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

         DE  CÓMO  EL  ROBLE  PAGANO ACABO CEDIENDO SU  FUNCION

                                       AL  ABETO  CRISTIANIZADO

 

 

   El culto al árbol, representación fecundante de la Naturaleza, estaba tan íntima y profundamente arraigado en la conciencia popular que pudo llegar a sobrevivir incluso a los procesos de romanización y cristianización que destruyeron todas las culturas anteriores. Finalmente, con el paso de los siglos, el árbol adornado del solsticio de invierno acabó asociado a la actividad de algún personaje mítico – como el  “ Viejo Invierno”, Santa Claus, Papa Noel, el Olentzero,y otros – encargado de la agradable labor de proveer de regalos a niños y mayores.

 

   Pero si bien los aspectos formales más básicos y externos del ancestral culto a los árboles han podido llegar hasta nuestros días, no ha corrido la misma suerte el árbol sagrado por excelencia, el roble, que acabó perdiendo su corona real a favor de parientes lejanos tan diferentes como el abeto o el pino; así, de un símbolo de hoja caduca se pasó a otro de hoja perenne, un cambio radical que podemos intentar comprender fijándonos en las estrategias empleadas por la Iglesia católica para emprender la cristianización de los pueblos germanos ya romanizados.

   Bajo el ímpetu de san Bonifacio, a partir del siglo VIII se procedió a socavar y domesticar todos los mitos y ritos de los germanos asociándolos a equivalentes cristianos; con este tipo de maniobras arteras se logró transformar lo que nunca dejó de ser rituales íntima y estructuralmente paganos en ceremonias aparentemente cristianas.

 

   De este contexto procede una diversidad de pías y fantasiosas invenciones que el tiempo se encargó de convertir en tradiciones. Así, por ejemplo, para arropar el forzado cambio simbólico del roble por el abeto se intentó justificar la superioridad sacra del segundo por el primero poniendo en circulación una historia tan infantil como imposible: un roble que los germanos “paganos” creían sagrado cayó sobre un abeto – posibilidad harto difícil ya que ambos árboles crecen en hábitats muy diferentes -, pero al quedar éste “milagrosamente intacto”, san Bonifacio – arzobispo de Maguncia, llamado “el apóstol de Germania” por su labor evangelizadora en Baviera, Turingia, Sajonia y Frisia – proclamó que el abeto era ”el árbol del niño Jesús”.

 

    De todos modos, la elección del abeto por parte de la  Iglesia católica romana no fue algo casual, ni mucho menos, ya que ésta basó su inspiración en antiguos mitos griegos y latinos que ya tenían a esta conífera de la familia del pino por árbol sacro.

 

     El abeto es un antiquísimo” árbol del nacimiento” tal como lo atestigua la leyenda de que bajo sus ramas nació Tammuz-Adonis – símbolo del ciclo de la muerte y resurrección de la vegetación - , miembro de la triada divina de la famosa ciudad fenicia de Biblos, heredero del aún más antiguo mito del babilónico Dumûzu-Dûzu, y prototipo de Osiris predinástico de Egipto, otro dios que también fue considerado el señor de la Vegetación, que enseñó a los humanos la agricultura y que, como rey muerto y señor de ultratumba, ofrecía a sus fieles el paraíso; Osiris fue un dios salvador que garantizaba la inmortalidad y su importancia e influencia llegó a buena parte del Imperio romano.

 

    En Grecia, el abeto estuvo consagrado a Artemisa – la Diana latina -, identificada con Selene (la Luna) o considerada como” Señora de los bosques y los animales”, fue la diosa que regia la fecundidad, el parto y los nacimientos en general.

 

   El pino fue también el árbol asociado a la antigua Gran Diosa, la frigia Cibeles, llamada Deméter por los griegos y Ceres por los romanos, símbolo de la potencia vegetativa de la Naturaleza, inspirada en el modelo de la egipcia Isis y descendiente mítica de las primigenias diosas de la Generación y la Vegetación que dominaron las religiones agrarias durante todo el periodo neolítico. En algunos de los ritos del culto a Cibeles, los sacerdotes corrían empuñando una rama de pino que tenía piñas adornadas con cintas de colores, y en el equinoccio de primavera (21 de marzo) se talaba un pino que era llevado con gran pompa hasta su templo.

  

    El hermoso Atis, originado en el amor no correspondido entre Zeus y Cibeles, acabó encendiendo la pasión de la diosa y ésta, presa de los celos cuando el joven pastor frigio se enamoró de la ninfa Sagaritis (o de la hija de un rey, según otras leyendas), le hizo enloquecer hasta el punto de castrarse y provocarse la muerte. Arrepentida, Cibeles le permitió resucitar anualmente bajo la forma de pino.

 

    Según refiere Beaujeu al relatar los usos del culto a Cibeles en Roma,”un pino era abatido y transportado al templo del Palatino por una cofradía que debía a esta función su nombre de  ”dendroforos (porta árboles). Este pino, envuelto como un cadáver, con cintillas de lana y enguirnaldado de violetas, representaba a Atis muerto (el esposo de la diosa) : éste no era primitivamente más que el espíritu de las plantas y un muy antiguo rito de los campesinos frigios se perpetuaba, al lado del palacio de los césares, en los honores rendidos a este árbol en marzo. El día siguiente era un día de tristeza en que los fieles ayunaban y se lamentaban al lado del cuerpo del dios (…). Velada misteriosa (…) resurrección esperada (…). Se pasaba entonces súbitamente de los gritos de desesperación a un júbilo delirante. Con el renuevo de la naturaleza, Atis se despertaba de su largo sueño de muerte y, en diversiones licenciosas, mascaradas petulantes y banquetes copiosos, se daba libre curso a la alegría provocada por su retorno a la vida”.

 

     Para poder comprender en su verdadero contexto y sentido esta ceremonia del pino debe tenerse presente que hasta mediados del siglo II a. C. el año civil de los romanos comenzaba en las calendas (calendae, avisos, el primer día) del mes de marzo, por lo que las fiestas de la última semana de febrero y principios de marzo estaban dedicadas a conmemorar el Año Viejo y el nacimiento del Nuevo, siendo equivalentes a las actuales de diciembre/ enero.

 

    Con la implantación del cristianismo, resulta muy obvio, una parte de este tipo de celebraciones populares acabó siendo asociada a la Navidad y otra a la Pascua, aunque sustituyendo el nombre – y la función mítica – de Atis (y el resto de dioses que, como él, nacían en el solsticio de invierno y/o resucitaban en los días de Pascua) por el de Jesús-Cristo, claro está.

 

    También el popular dios Dionisos o Baco solía ser representado sosteniendo una piña en la mano, que era una forma de significar su superioridad sobre las fuerzas elementales de la Naturaleza y su control sobre las potencias fecundantes de la tierra. La piña – y el pino o abeto de la que procede – simboliza la inmortalidad de la vida vegetal y animal, representa su retorno cíclico y eterno, la esperanza que tras el duro invierno se producirá la explosión de la vida primaveral que asegurará la supervivencia de los humanos.

 

    Por otra parte, tanto el pino como el abeto son árboles asociados a Saturno, astro y dios que para los antiguos pueblos mesopotámicos – asirios y babilonios -, así como también para los primitivos romanos, estaba ligado a la función fecundadora del Sol, en especial referida a la siembra, y a la continuidad de las estaciones (y de los reinados).

 

    Según la mitología latina, Saturno destronó a su padre Urano y sufrió el mismo destino a manos de su hijo Júpiter – al que también se asoció el roble sagrado y su simbolismo -, que finalmente perdería su supremacía divina, a ojos de los romanos, frente a dioses como Mitra o el genérico “Sol Invictus”- preponderante en el Imperio romano entre los siglos II y IV -, enésimos modelos de la antigua leyenda del dios solar joven, redentor y salvador, que aportarán el sistema mítico que, entre los siglos III y IV, dará lugar al Jesús-Cristo de la tradición cristiana. En todo caso, el viejo mito del hijo que sustituye a su padre en el control del poder celestial pertenece al mismo orden del que subyace bajo fábulas de la Navidad como la del “ Padre Invierno o Año Viejo” que es reemplazado por el “Año Nuevo”, su hijo, nacido como heraldo y portador de esperanza y buenas nuevas para los humanos.

 

    Las fiestas en honor de Saturno, las Saturnales o Saturnalia, se celebraban a finales de diciembre (mes que, desde la reforma del calendario hecha por Julio César en el año 45 a.C., cerraba el año) y en ellas se suprimían las diferencias sociales y se hermanaban, temporalmente – hasta el primer día de enero -, los señores y los esclavos – un concepto que será tomado como fundamental y permanente en el posterior mensaje del cristianismo -; la alegría del pueblo se desbordaba en todas direcciones; se organizaban diversiones públicas y loterías; y las mesas de los ricos se llenaban de viandas para agasajar a todos los menesterosos que llamasen a sus puertas. La Navidad cristiana, en este aspecto, se limitó a sustituir a Saturno por Jesús-Cristo como centro y objetivo de la celebración saturnal.

 

    De lo dicho hasta aquí, por tanto, podemos ver que, dentro del contexto cultural latino, a principios de la Alta Edad Media, el pino y el abeto ya habían acumulado suficiente ”curriculum” simbólico como para poder sustituir al indoeuropeo roble sin dejar de significar exactamente lo mismo: la inmortalidad de la vida vegetal y animal a través de los ciclos anuales de la Naturaleza, preservada gracias a la protección de los espíritus arbóreos y/o de los diferentes dioses que acabaron por representarlos.

 

    La  Iglesia católica, sin embargo, aunque se aprovechó de la fuerza y la vigencia que aún mantenía, entre el pueblo, el simbolismo sacro – y pagano – del abeto y del pino, no recurrió a los viejos mitos grecorromanos para justificar el paso del roble al abeto sino que se las ingenió para dotar al árbol de un nuevo significado místico mas acorde con sus intereses doctrinales: la forma triangular que tiene el abeto – reveló la Iglesia a las masas sedientas de prodigios del medievo – representa la Santísima Trinidad; el extremo superior del árbol recuerda a Dios Padre y los dos inferiores a Dios Hijo y al Espíritu Santo, respectivamente. Así de simple.

 

    De esta manera, a mediados del siglo VIII, se cortó en Alemania el primer abeto o     ” árbol del niño Jesús “como un elemento cultural más dentro de la celebración de la Navidad cristiana. Al principio sólo se colgaban de él dulces y frutas (manzanas principalmente)…los adornos y bolas actuales no llegarían hasta el siglo XVIII, de la mano de los sopladores de vidrio de Bohemia, creadores de los primeros talleres para fabricar adornos de vidrio para decorar el árbol navideño o “Lichter-baumschmuck”.

 

   A pesar de la cristianización del abeto y del pino, el recuerdo de su significado ancestral nunca llegó a desaparecer totalmente de la memoria popular. Así por ejemplo, a principios de el siglo pasado, en Caldes de Montbui (Barcelona), aún se conservaba la antiquísima tradición del “ pino de Navidad”: la vigilia del día de los inocentes, los viejos del pueblo plantaban un pino en medio de la plaza, lo rodeaban con mucha leña y luego le prendían fuego; al formarse el brasal, los participantes, sentados a su alrededor, lanzaban piñones dentro y, al rebotar cascados por el calor, los comían mientras recordaban su juventud. El árbol y el fuego mantenían todavía su simbolismo mágico en relación con la fertilidad, la provisión de alimento y los ciclos naturales.

 

 

Si habéis llegado leyendo hasta esta página, entenderéis mejor el porqué no se puede comprimir fácilmente, toda la información ofrecida en los varios capítulos que componen, espero que haya gustado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                             LA INVASION PACIFICA QUE VINO DEL NORTE

 

 

    La expansión de la tradición del árbol de Navidad, desde los pueblos septentrionales donde evolucionó y prosperó, hasta el resto de los países europeos – y del continente americano -, fue un proceso muy lento y relativamente reciente.

 

    Durante la última y más importante fase de las guerras de religión europeas, que enfrentó a católicos y protestantes germanos (con sus correspondientes aliados europeos) en la llamada Guerra de los Treinta Años (1618-1648), los suecos llevaron consigo su costumbre del árbol navideño hasta Alemania, donde, por otra parte, en ciudades como Estrasburgo ya era usual desde al menos el siglo XVI. De todos modos, a finales del siglo XVIII el abeto de Navidad todavía no había sido adoptado más que por una pequeña parte de los ciudadanos alemanes.

 

    Tiempo después, sin embargo, la costumbre había arraigado con fuerza en Alemania, donde las familias acomodadas instalaban en su salón un abeto auténtico y las mas humildes tenían uno artificial, confeccionado con un poste, clavado sobre una base de madera, en el que se instalaban tres o mas estantes redondos de madera – insertados en el poste mediante un agujero central y formados por piezas de tamaños decrecientes para imitar la forma del árbol original – que servían para sostener las velas y demás decoración navideña, así como frutas y regalos.

 

    En 1813 el árbol de Navidad penetró en Austria de la mano de la princesa de Nassau-Weilburg. En la capital de Polonia comenzó a verse desde 1820. Entre los años 1829 y 1840, desde Alemania, el árbol de Navidad se introdujo casi simultáneamente en Gran Bretaña y Francia. En Gran Bretaña lo hizo por obra del príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria. En Francia el abeto navideño fue apadrinado por la princesa Hélene de Mecklembourg, duquesa de Orleáns – que en 1840 colocó un árbol en las Tullerías -, y por las familias acomodadas protestantes originarias de Alsacia y Alemania. La emperatriz Eugenia, durante el Segundo Imperio, fue también una gran defensora de esa nueva moda.

 

    A pesar de tan nobles defensores, sin embargo, en Francia, la tradición del árbol de Navidad siguió siendo bastante desconocida hasta después de la guerra de 1870 (que puso fin al Segundo Imperio tras la derrota infligida por Prusia y la pérdida de las regiones de Alsacia y Lorena, posteriormente recuperadas, mediante el Tratado de Versalles de 1919, después de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial).

 

     Los alsacianos y loreneses que emigraron tras el desastre de 1870 fueron los principales artífices de la expansión del abeto navideño y, poco tiempo después, a finales del siglo, la costumbre ya se había extendido por casi todo el país desde la región campesina de la Alsacia, históricamente conectada con los pueblos centroeuropeos y sus tradiciones a través del eje del Rin.

 

   En Alsacia el árbol de Navidad iba ligado al “gran Klaus”, un anciano personaje celeste al que se representaba con luenga barba blanca, cejas gruesas y revueltas, vestido con un manto con capucha de felpa y llevando una cesta y un abeto (o mas exactamente una rama de ese árbol). Se le consideraba el protector de los niños bondadosos y llamaba a la puerta de cada casa llevando la rama de abeto cargada de golosinas y juguetes en una mano y, en la otra, una vara de retama para castigar a quienes se hubiesen portado mal. Una vez recibido este personaje, entre la algarabía de los menores de cada casa, la rama de abeto era plantada dentro de una caja de madera, sostenida por varias piedras que eran recubiertas con musgo, se la instalaba en la estancia principal del hogar y se la decoraba con profusión.

 

    A finales del siglo XIX, el árbol de Navidad ya era también muy común en países tan diferentes y distantes como Estados Unidos (donde había llegado de la mano de los inmigrantes nórdicos y alemanes hacia el año 1776) y Rusia – especialmente entre su clase adinerada -; en ambas partes, como en los lugares de origen de esta tradición, se adornaban las ramas del abeto con luces, flores, frutas – particularmente manzanas -, bombones, juguetes y todo tipo de regalos para los niños y adultos de la casa.

 

     Una vez extendida por Francia, la tradición del árbol de Navidad comenzó a penetrar en España, lógicamente por las regiones fronterizas como el País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña, a partir del primer cuarto del siglo pasado. Una prueba de este proceso de invasión pacifica – pero que resulto imparable – la encontramos en artículos periodísticos en los que tan aguerridos como abrumados defensores de las tradiciones locales (el belén) le plantan cara al intruso verde; así, por ejemplo, Dolores Cos, en la Navidad de 1930, se lamentaba de que “ en algunos hogares con no excesiva personalidad se intenta introducir la costumbre del árbol de Noël, costumbre que en los países donde se originó, rodeado de dulces leyendas y precedido de una tradición secular tiene todas las gracias, pero aquí, hemos de confesar con sinceridad, no nos dice casi nada”.

 

    En la misma línea, casi dos décadas después, en 1948, Ramón Violant se quejaba de que en la famosa feria navideña barcelonesa de Santa Lucia, mezclado entre los puestos de venta de figuras y adornos pesebrísticos, “desde hace unos pocos años, también ha aparecido algún árbol de Noël – tal como lo denomina la gente -, así como algún ramo de la suerte, de boj, acebo o muérdago, con tal de recordarnos la Navidad del país de los picos nevados y frondosos bosques de abetos, que, la verdad, estos símbolos de la Navidad nórdica desentonan mucho entre los típicos y tradicionales elementos de nuestra feria, de marcado ambiente mediterráneo”.

 

    A pesar de las protestas, la moda del árbol navideño, popularizada de modo indirecto, pero altamente eficaz, desde las escenas navideñas del cine norteamericano – y, en menor medida, del británico -, que era la estrella indiscutible de nuestras pantallas en esos días, acabó por imponerse como tradición en todas partes hasta el día de hoy.

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                     SOBRE  LA  VISITA  AL  EXPOLIADO

    

                                    CROMLECH  CON  CAIRN  DE  ATIART

                                       

 

En nuestro pirineo hay muchos y variados megalitos, quiero empezar por el cromlech con cairn de Atiart, primero por ser el elemento principal visitado en la semana cultural de 2011, además de ser el megalito que más me ilusionó cuando lo descubrí en el año 1982, pasando a ser motivo de mi mayor decepción y disgusto veinticinco años después, una decepción que seguro me llevará a que aflore mi rabia e impotencia, en mi descripción de los hechos ocurridos en el 2007, año que con total impunidad lo destruyeron, hasta noviembre del citado año lo habiamos disfrutado en multitud de rutas guiadas.

     

      Yo siempre había creído y respetado los organismos de gobierno, hasta el día que tuve que pedirles colaboración, y me defraudaron, de forma especial el apartado de cultura, así como en general los políticos que si no ven rentabilidad de partido, no apoyan ni subvencionan ninguna clase de proyecto cultural.

 

       No quieren o no saben entender, que están en cargos de gobierno y administración gracias a los ciudadanos, y por tanto deberían trabajar por todos ellos. Por desgracia esto no es así, y su manera de hacer politica al ser parcial, no deja de ser muy corta de miras e injusta, ademas de negativa para la mayoria.

 

      En el apartado de cultura es donde desde hace varios años como ya he comentado, más tiempo y trabajo he dedicado (de una forma totalmente altruista y desinteresada) con la recopilación de datos y documentación de un variopinto abanico de cosas, que no por ser desconocidas, muchas de ellas, carecen de interés, llegando a tener la impresión de que el único interesado en lo que tenemos de patrimonio cercano soy yo, para explicar lo dicho voy a comentar algún detalle  con  respecto al desaparecido cromlech.

 

    En el invierno de 1982, uno de los fines de semana que dedico a la elaboración y documentación de las rutas guiadas, me decido por ir a visitar “La  Espelunga “, primer eremitorio de San Victorián.

 En el camino hacia ella paso por el Monasterio de San Victorián, donde como de costumbre me paro a conversar con Antonié, que junto a su padre son los únicos moradores del Monasterio, después de hablar de varios temas un buen rato, seguiré camino hacia la Espelunga, quedando citado con Antonié a la vuelta en su casa               ( antiguamente cuando el monasterio estaba habitado, era la casa del prior que pasó a pertenecer a la familia Puyalto, por cuestiones que ahora no vienen al caso) para seguir conversando y compartir las pocas viandas que llevo.

 

     Sigo mi ruta hacia la espelunga, como de costumbre solo.

     De camino pasaré por la maltrecha ermita de San Antonio, utilizada como cuadra para el ganado y en un estado deplorable. De cuando aún se celebraba la misa el día de San Antón (17 de enero), me hablaban la gente mayor de la redolada, entre otros el referido Antonié y José el de la Mula, a este último, años más tarde Severino Pallaruelo lo hizo protagonista de un precioso libro, donde narra con la maestría que le caracteriza   la sencilla y singular vida de José, titulado,  “José un Hombre de los Pirineos.”

 

    Me comentaban que el día de San Antón, se reunían en la citada ermita todos los pueblos y aldeas del contorno, ya de mañana se juntaban en torno a la ermita para pasar  el día allí todos juntos, haciendo fuegos para calentarse y preparar la comida, sobre las doce se celebraba la misa con una especial rogativa en favor de los animales domésticos pidiéndole al santo por ellos, era el único día del año que los citados gozaban de varios privilegios.

 

    Antes de salir los romeros, y en sus respectivas casas, daban de comer a todos sus animales, siendo más esplendidos de lo habitual. Los burros, animales de carga, labranza y transporte, era el único día que no se les ponía la habitual albarda, y daba igual que se quedaran en casa, ó que fueran a la romería, les colgaban la cebadera con una generosa ración de avena.

 

    Estas costumbres se van perdiendo en la medida que los pueblos se quedan sin gente, como también debido a las nuevas formas de trabajo en el campo, hoy muy mecanizado,   hacen que las caballerías particularmente no sean necesarias.

  

    Hasta hace pocos años mientras vivió José, el de la Mula, se podía apreciar lo citado, ya que José conservaba no sólo las formas de trabajo utilizadas  en general hasta mediados del siglo XX, sino también dos burros para labrar, y transportar todo tipo de cargas, gallinas autóctonas  del Sobrarbe, cerdos que pastaban por el campo sin ser estabulados, comiendo bellotas de roble y encina o yerbas al igual que las ovejas y cabras, no utilizaba ninguna clase de abono o fertilizantes que no fueran naturales, producía la miel con las colmenas que él mismo confeccionaba, a base de cañas y mimbres como lo había visto hacer de siempre.

 

 

    Llegar a la Mula mientras vivió José, era simplemente trasladarte al siglo XIX.

   Caminar por esta ladera de la peña montañesa y sierra Ferrera, en invierno es una gozada, ya que al ser un carasol, en días buenos la temperatura es muy agradable, en mi caso ha sido un recorrido muy frecuentado, mas en invierno que en verano.

 

     La razón de esta frecuencia, no estaba relacionada solamente con el  clima, más bien estaba unida a la piedra campana de San Victorian y leyendas que hay entorno a ella, situada a la orilla del camino que sube hacia la Espelunga, a unos diez minutos después de haber pasado por la citada ermita de san Antonio, donde aparece al pié de un risco de piedra vertical, la piedra “conocida popularmente como el Campanil de San Victorian”, y  apoyada en los dos extremos con dos lajas de piedra, en una especie de altarcillo, se la conoce así ya que al golpearla con otra piedra, emite un sonido, como si fuera de bronce, y dada su situación al pié de la pared vertical, se intuye se sirvieran de ella los monjes para comunicarse con la Espelunga.

 

    También es la piedra que aparece en varias leyendas del Santo formando parte de su historia, una de esas leyendas cuenta que San Victorian pidió le trajeran hasta su lecho de muerte la piedra campana, para golpearla y de una forma simbólica llamar a la que fue, diremos su amor platónico, y compañera de viaje en el siglo V, hasta que llegan a España unos 22 años después de salir de Italia, mas tarde retomaremos el tema, relacionado con la historia del Santo y el Campanil.

    

 

    A partir de este punto el camino se hace más pendiente y pesado, tardando sobre 35 minutos, hasta llegar a la Espelunga, cueva que no puedes ver hasta muy poco antes de llegar a ella, una vez allí te quedas impresionado con lo que ves, ahora quizás no tanto ya que el deterioro es importante, siendo muy diferente a lo que podías apreciar en ella  los años 1978-1980, que es cuando subí por primera vez. Igual que con la piedra campana nos ocuparemos más adelante de ella.

 

     Una vez que salgo de la Espelunga, me paro a contemplar la bonita panorámica que desde allí se divisa, percatándome de un circulo entre Fuendecampo y Atiart, que tiene un colorido diferente al resto del terreno, ante mis sospechas, de que pudiera tratarse de algún enterramiento antiguo, dada su redondez, me apresuro a bajar, no paro ni siquiera a saludar a Antonie ( mal hecho por mi parte, pues en la posterior visita me lo recrimino, ya que estuvo preocupado por si me había pasado algo), cuando llego al círculo confirmo mis sospechas.

     El circulo tiene toda la pinta de ser un cromlech, y dentro de éste hay un montículo de piedras que aparenta ser un cairn, las medidas del primero son de 80 a 100 metros de diámetro, con una pared de piedra que lo circunda de 90 cm. de anchura y unos 35 o 40 cm. de elevación sobre el terreno, el cairn, que también es circular, de unos tres metros de diámetro, y un metro y medio de elevación sobre el terreno, está situado dentro del cromlech, de una manera excéntrica, teniendo una explicación este emplazamiento que también se dirá mas tarde.

 

   Pocos días después, aprovechando un viaje a Huesca lo pongo en conocimiento de los organismos que creía, tenían competencias para estudiarlo y catalogarlo, comunico el hallazgo en el museo arqueológico, instituto de estudios alto aragoneses y también en cultura y patrimonio de la DPH y DGA.

 

    Al parecer lo que tanto me ilusionó a mí, no le interesa a ninguno de los organismos mencionados, si me remito a los hechos ocurridos en Fuendecampo, ya que una vez conocidos los posibles monumentos megalíticos por los susodichos organismos, mi candidez, me hacía estar en el convencimiento que se encargarían, de, primero visitarlos, estudiarlos, catalogarlos y protegerlos, pero no hicieron nada de nada.

 

   Si solamente se hubieran molestado en visitar lo denunciado, estoy en la seguridad que hoy no estaríamos hablando de ninguna algarada o barbaridad, que lo es, más grave si pensamos que estos expolios se producen en el siglo XXI.

 

    Los daños son irreparables, pues el cromlech está totalmente destruido y las piedras han pasado a formar parte de diversas obras de construcción, digo diversas ya que la cantidad era importante, si consideramos las medidas ya citadas del megalito.

 

     Sé que no sirve de nada lamentarse, mas quiero dejar constancia primero de mi indignación y rabia contenida, como también mi pérdida de confianza hacia todos los organismos, que dicen estar para defender el patrimonio, en este caso concreto no ha sido así, y surge la pregunta de ¿ dónde se debe denunciar un posible monumento megalítico o arqueológico?.

 

      Son muchos los motivos que me han llevado a tomar la determinación de anular las rutas guiadas, que de una forma habitual se venían haciendo hasta el 2007, año que, como consecuencia de las obras en la concentración parcelaria de Fuendecampo es destruido el cromlech, hecho que denuncié en el apartado de “cartas al director”, en el diario Alto Aragón.

 

        Denuncia que solo tuvo respuesta por parte del arqueólogo encargado de la actuación en la citada concentración parcelaria, el cual me llamo para que le acompañara donde se habían producido los hechos formulados en la denuncia, informándome de que en el plano de actuación de las obras, muy bien detallado por cierto, no se hacía mención a ningún tipo de monumento megalítico, aunque si y de manera muy clara se apreciaba un circulo, que debería haber sido motivo de sospecha, además me informa, de, que aunque dicho circulo se apreciaba en el plano, estaba fuera de la zona afectada por las obras de la concentración, quedando en el lado E., de la citada.

 

       La cita con el arqueólogo como es natural es en el lugar de los hechos denunciados, mas yo visto el proceder de los organismos, en relación con el cromlech, le pido a mi amigo Joaquín Ballarín Castel me acompañe, aceptando mi petición, de lo cual le estoy muy agradecido.

 

       Ya estando los tres, en el lugar de los hechos, el arqueólogo nos informa de varios detalles, principalmente del cairn, los cuales me apunto y le agradezco. Esta visita la hacemos en noviembre del 2007.

 

      Según la información del citado arqueólogo, pienso que habrán modificado el proyecto, ya que hoy terminadas las obras, han dejado lo que queda del megalito en medio de los terrenos convertidos en regadío, rodeado de aspersores, y sin paso para poder visitarlo, por lo tanto lo de quedar al margen no está nada claro, cuestión esta que me agradaría tener una explicación. Aunque mucho me temo, que al mediar en el tema autoridades políticas, más que aclaraciones voy a encontrar reproches y ninguneos.

 

       Para llegar a esta conclusión, fue determinante una conversación telefónica con un tal Javier Rey, (encargado del apartado de arqueología en la DGA) en la que me manifestó que había leído el informe del citado arqueólogo, el cual lo calificaba como una caseta de monte derruida.

 

       Mira por donde, la compañía de mi amigo Castel en la entrevista con el arqueólogo me será de gran utilidad, pues puede atestiguar los comentarios que nos hizo, y ninguno de ellos estaba relacionado con una posible caseta de monte, ni cosa parecida, más bien nos señalizó el punto del cairn, donde podía estar la entrada a la cámara sepulcral de éste, además de varios comentarios relacionados con los elementos arqueológicos.

 

      La sospecha de que medien en el tema autoridades políticas está fundada, además de lo comentado, en las actuaciones sospechosas realizadas en torno al cairn, actuaciones que me han llevado a tener que levantar un acta notarial, de las mismas. Habiendo dado antes de esto, notificación en Comarca del Sobrarbe de los hechos, hechos que pretenden claramente terminar con toda clase de vestigios, y así poder integrar los terrenos que sigue ocupando el cromlech, aunque sensiblemente reducido, a la concentración parcelaria.

 

        Hubo una segunda respuesta a la denuncia, que pone de manifiesto el grado de preparación y sensibilidad hacia el patrimonio que tienen sus responsables, supongo debe haber otras respuestas u opiniones sobre la denuncia, que al igual que esta se hacen dando  por sentada la ignorancia de quien la formula de una forma prepotente y tajante.

     

     Aunque no voy a desvelar el nombre del autor de la segunda respuesta, ni la forma que ha llegado a mis manos su comunicado, voy a divulgarla y dice lo siguiente.

 

    

    Es de agradecer la participación ciudadana en la conservación del patrimonio, pero este señor, ribagorzano, de Campo, se ha inventado, gracias a conversaciones con Pla, ese yacimiento o túmulo celta. De las piedras solares, ya hace 30 años que un cura se lo dijo a mi padre y ya estuvimos allí. Del túmulo, pues señalar que aquella misma tarde que salió en la prensa, me llamó un arqueóloga de la DGA.

     Lo que él llama “túmulo” pues no hay nada que lo confirme, ni un resto, así que como siempre, la prensa, cuando se aburre, llena páginas con lo que sea.

     Un saludo.

     Fraternalmente tuyo y de la anarquía

 

                             Lo firma un Señor del Sobrarbe

 

 

  

      Tengo que puntualizar varias cosas sobre este comunicado. Primero, debido a que llevo tantos años teniendo conocimiento del posible Cromlech con Cairn, lo ponía con frecuencia en la oferta de rutas guiadas, que yo a título personal primero, y después la asociación cultural desde el año 2006 venimos haciendo, en el convencimiento de que los organismos citados estaban trabajando para su estudio y catalogación.

 

     Para ejercer de guía, me sentí en  la obligación de documentarme para tratar de explicar el porqué y para qué servían estos megalitos.

 

      Entre los asistentes a dichas rutas, como es natural ha venido personas de todo tipo, edad y sexo, desde gente especializada en arqueología,( los cuales me han informado sobre los diferentes tipos de megalitos, con ello me ayudan a entender para que y el porqué, de la construcción de estos monumentos) y otros mayoría que simplemente se interesan por cualquier tipo de manifestación cultural, de unos y otros surgía siempre la misma  pregunta, ¿ lo has dado a conocer en DPH o DGA ?, mi respuesta era siempre afirmativa pues como he comentado a estos organismos hacía varios años ya se los había comunicado, ( los tres arqueólogos y un profesor de historia antigua que me han ayudado y dado su opinión e información sobre el tema, no deja de ser curioso, que ninguno fuera de nuestra autonomía, siendo los organismos aragoneses los primeros en saberlo ) otra cosa distinta es la importancia que le quisieran dar estos últimos, que una vez vistos los hechos, se puede decir sin temor a equivocarse,” ni puñetero caso “.

 

      Como consecuencia de la destrucción del Cromlech, y desde aquél mismo día, he dejado de organizar rutas guiadas, muy a mi pesar, la razón de esto es en base a que como se ha dicho, a ellas acudían gente de todo tipo, la mayoría afortunadamente personas que después de darles las explicaciones relacionadas con el Cromlech y el Cairn, manifestaban su agradecimiento y me animaban a seguir programándolas.

 

      En una de estas visitas, en el año 2004 estando junto al cairn, dando las oportunas explicaciones a un grupo de unas 24 personas, hubo una de ellas que mientras yo informaba del porqué y para qué servían estos megalitos, dio la vuelta al ”ruedo”, nunca mejor dicho, y que dadas las dimensiones, unos 100 metros de diámetro, cuando llegó esta persona al grupo después de dar la citada vuelta, la explicación había concluido, eso sí, el se había percatado muy bien de la cantidad y calidad de las piedras que conformaban el Cromlech, como nadie le puso impedimento para hacerlo, concertó el precio con el propietario de la finca y se las llevó, no comento más cosas aunque obviamente las hay, para no alargarme demasiado, si que debo decir que por haber formulado la denuncia he llegado a tener amenazas, por parte de los expoliadores.

 

       Si  en su momento cualquiera de los organismos mencionados hubiera comunicado al propietario de la finca, el posible monumento arqueológico, estoy seguro que no se hubiera atrevido a vender esas piedras, por tanto no considero tenga ninguna culpa, si una carencia de sensibilidad tanto él como el comprador ya que las dimensiones y la redondez del cromlech, hubieran tenido que ser motivo de sospecha, aunque lo que más rabia e indignación me produce, es el que las rutas hayan sido el medio para llevar a cabo el expolio.

 

       Este ha sido el motivo, muy a mi pesar, de haber suspendido la programación de las rutas guiadas, ya que de seguir con ellas, me arriesgo a tener que sufrir algún que otro expolio, de cualquier tipo hacia los elementos que las conforman, sabedor de cómo nos protegen el patrimonio todos los organismos sin excepción, y personas que dado el trabajo que realizan, deberían estar mejor informadas, me refiero en general a todos los que tenían conocimiento de él, y en particular al señor del comunicado.

 

       Hay una cuestión, que quiero agradecer a este señor que opina sobre la denuncia,( y que de forma  casual llega su opinión a mis manos) cual es, el vincularme con Don Antonio Pla Cid, que aunque no tuvo nada que ver con la denuncia, sí que lo acompañé en el año 2002 a visitar las posibles piedras solares y el cromlech con cairn dentro de él, una visita que me agradeció especialmente por las emociones que sintió visitándolas, debo confesar que le proceso gran estima y admiración, por su bondad, paciencia y sabiduría, por lo tanto me honra su amistad, y cualquier cosa que me relacione con él.

 

        Es una verdadera gozada leer sus artículos, en la revista del CES, y su libro reciente, Protohistoria  de  Sobrarbe, el que junto al de Don Manuel Iglesias Costa, Historia del Condado de Ribagorza, pasan a ser dos de los libros más recurridos para mis trabajos.

 

        Lo de llevar un cura a visitar unas posibles piedras solares, es cuando menos curioso, ver analizar monumentos paganos a un ministro de la iglesia.

 

        En su comunicado, me llama poderosamente la atención la rápida calificación de la arqueóloga de la DGA, por la sencilla razón de que los tres arqueólogos que han visitado, estos posibles monumentos, coinciden todos en que aunque las apariencias llevan a pensar que son megalitos puestos por el hombre, no se pueden ni deben catalogarse como tal, sin antes haber hecho unas minuciosas catas y estudios en el entorno de su ubicación.

 

     La citada arqueóloga de la DGA, por lo que veo no necesita nada de esto, siendo capaz desde Zaragoza categorizar sobre algo, sin ni siquiera visitarlo, visita que otros colegas suyos consideran primordial e imprescindible, para poder emitir una opinión y catalogación con un mínimo rigor.

 

       De la prensa decirle que en el apartado donde se publicó “cartas al director”, afortunadamente no creo haya, por parte de los periodistas ningún interés especial en su publicación, menos en un apartado donde pienso les sobran colaboraciones.

     

      Vista la atención recibida en mi denuncia, sobre la desaparición del cromlech de Atiart, como ya he comentado he dejado de programar rutas guiadas, no solo las de tema megalítico, también todas las demás, que son muchas y pienso también interesantes, pero viendo que haciéndolas, me expongo al riesgo de que venga otro artista parecido al de las piedras del Cromlech, y vuelva a pasar algo similar, he considerado prudente dejar de programarlas.

 

     Ya sé que no es comparable, el Cromlech de Atiart, con el de Stonehenge de Inglaterra no tiene ni la popularidad ni la suntuosidad y belleza del Stonehenge, y posiblemente no servían para las mismas funciones, mas era el que teníamos más cerca, además de ser un importante testigo de no menos de 7000 años de historia .

 

     Con esta manera de proceder, en referencia al patrimonio por parte de la administración, mal veo el futuro de los que como yo hemos elegido vivir en estas hermosas Comarcas, donde hoy el turismo se erige como principal fuente de recursos, y el patrimonio como mejor exponente de calidad para el mismo, por su belleza, calidad y cantidad, aunque esto último peligra viendo cómo los diferentes organismos carecen de sensibilidad y conocimientos para cuidarlo y valorarlo.

   

    Una frase que define a la perfección a los políticos, con más razón, los que he encontrado en mi entorno, como consecuencia de pedir ayudas para la realización del Centro de Guía y Divulgación del Patrimonio Cultural de la Ribagorza y Sobrarbe, es la que dice:

 

    Para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad.

                                                Miguel Delibes

 

       En relación a mi proyecto, y el empeño, trabajo, disposición y persistencia puesta en el, me acoplo una famosa frase de Paulo Coelho que dice:

 

    La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante.

 

    Pido disculpas, si me repito con el tema del patrimonio, mas al ser tan evidente su desprotección por parte de la  administración, es un tema que sin querer tengo permanentemente presente, y crece mi rabia e impotencia cuando ves que yacimientos del Neolítico como la Cueva de Chaves de Bastarás, son literalmente arrasados, junto al más que posible Cromlech de Atiar, o la Piedra  Campana de San Victorián, por citar algunos.

 

    Estos expolios, en mi modesta opinión, son consecuencia del poco o nulo interés que el apartado de Patrimonio y Cultura, pone en su protección y estudio.

 

   Transcribo la denuncia presentada en la UNESCO, de Madrid en febrero del 2010, sin que a día de hoy 28-11-2010, haya obtenido respuesta, lo que me lleva a pensar que debo estar equivocado, o que dan más validez a los informes y razonamientos que, me consta, reiteradas veces ha presentado el diputado en Cortes de Aragón, D. Ramón Laplana, al cual la ubicación del citado Cromlech le resulta  un engorroso estorbo para la concentración parcelaria de Fuendecampo, ignoro la preparación académica del citado, para el cargo de Diputado, presiento que está bajo mínimos, lo que sí está claro es, que en el apartado de arqueología es un ignorante, habiendo demostrado reiteradamente su insensibilidad y desconocimiento hacía ella.

 

      De Madrid no se ha recibido hasta la fecha, ninguna clase de respuesta, antes de terminar este año se enviará una nueva denuncia a UNESCO de Paris, ampliando detalles y describiendo en parte, el vergonzante comportamiento, en referencia al tema expuesto, de todos los Organismos a los que se ha recurrido.

 

             

                 La denuncia esta formulada en febrero de 2010, y dice lo siguiente.

 

 

 

Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura- UNESCO MADRID.-

De mi mayor consideración:

Mi nombre es Cosme Castán Campo y me dirijo a Vds. como Presidente de la Asociación Cultural Ball Axén, que tiene su domicilio en la localidad de Campo, provincia de Huesca. El objeto de la presente es comunicar a esa Institución unos hechos, a mi entender muy graves, que pueden suponer un enorme atentado contra bienes que tanto por su antigüedad (Prehistoria) como por su presumible valor merecen una protección que hasta el momento no han tenido por parte de las autoridades españolas competentes. Muy sucintamente:

1.- Ya en el año 1982, con ocasión de una visita al monasterio de S. Victorián de Asán y de seguir ascendiendo hasta el primitivo eremitorio conocido como La Espelunga, con la perspectiva proporcionada por la altura divisé, entre los términos de Atiart y Fuendecampo (ambos incluídos en el municipio de La Fueva, comarca de Sobrarbe, provincia de Huesca) un enorme círculo perfectamente diferenciado del terreno colindante por el color y la vegetación. Ya en él, tiene todo el aspecto de ser un cromlech, con un cairn en su interior, cuyas medidas aproximadas son de 80 a 100 metros de diámetro, con una pared de piedra que lo circunda de 90cm. de anchura, y una elevación general sobre el terreno de 40 a 45 cm.

2.- Pocos días después del hallazgo, me presenté en la capital de la provincia para dar a conocer el emplazamiento y datos esenciales del cromlech. Me personé en todos los organismos oficiales que pudieran tener competencias en la materia: Museo Arqueológico, Instituto de Estudios Altoaragonés (organismo de la Diputación Provincial de Huesca), y Direcciones Generales de Cultura y Patrimonio, tanto provinciales como autonómicas
(Comunidad Autónoma de Aragón). Regresé con el convencimiento de que se había iniciado un proceso de registro, al que seguiría la catalogación y protección frente a posibles expolios.

3.- Durante muchos años, la Asociación que presido incluyó la visita al cromlech entre las rutas guiadas a los lugares de mayor interés cultural de las comarcas vecinas de Sobrarbe y Ribagorza, y fueron muchísimas personas las que, con gran satisfacción, pudieron contemplar este monumento de nuestro pasado prehistórico. Pero un cierto descontento e inquietud entre los propietarios de los terrenos y algunos comentarios desdeñosos sobre su valía y autenticidad trajeron el desastre. Con ocasión de una concentración parcelaria en la zona, se invadió y destruyó casi totalmente ese espacio que se suponía protegido. Una pala mecánica cargó ingentes cantidades de piedras en camiones para transportarlas primero y utilizarlas después en obras de construcción de edificios. Ni el registro ni la protección se habían producido; las autoridades competentes habían mostrado, una vez más, su indolencia e incompetencia, el atentado se había consumado. No obstante, la mala conciencia ha operado de algún modo pues el cromlech sigue hoy rodeado de aspersores para riego pero sin que se haya borrado totalmente.
Puedo facilitar todo tipo de información complementaria, incluso acompañando un dossier si lo estiman conveniente. Ruego, finalmente, que la instancia competente de la UNESCO se persone o comparezca de algún modo para que el enorme daño producido no sea, por una parte, absoluto, y, por otra, impune y beneficioso para los autores.
Quedo a su entera disposición y a la espera de su respuesta. Entretanto, les saluda muy atentamente

 


Cosme Castan Campo
Presidente de la Asociacion Ball Axen
Campo Huesca

 

 

 

 

 

 

Voy a terminar, aunque tengo la impresión de que a pesar de lo extenso del escrito, dejo muchas cosas por comentar, cuando hagamos las visitas guiadas ya sea al menhir de Merli, al dolmen de Seira u otros ampliaremos comentarios sobre los megalitos y la misión que ejercían en su tiempo, así como también hablaremos de los Druidas que eran los encargados de presidir y dirigir todas las celebraciones habidas en torno a los megalitos.

Para la semana cultural de 2012, quiero preparar una charla en la que hablaremos de Campo antes de su fundación, y su evolución y acontecimientos más importantes a lo largo de su historia.





                       EL     MENHIR    DE    MERLI   (INFORMACIÓN)

 

Es sin duda el monumento megalitico,más hermoso que tenemos en Ribagorza y creo que datándolo de forma exhaustiva y con rigor, conseguiremos además de esto hacerlo interesante. En los diccionarios hacen un muy escueto comentario diciendo que men significa piedra, e hir, larga, monumento megalítico que consiste en una piedra larga hincada verticalmente por uno de sus extremos. Con esto yo considero resulta poco interesante, y veremos una piedra más o menos larga o gruesa y poco más. Este puede ser el motivo por el que los monumentos megalíticos, ya sean menhires, dólmenes, túmulos, cromlech, cairn  u otros  desaparezcan según sea su situación, ya que si ésta entorpece la producción de la finca donde esta ubicado no tienen mucho futuro.

 

      Generalmente esta destrucción de megalitos, esta directamente relacionada con el desconocimiento de la historia, o el deseo de ignorarla, por ser los megalitos   representantes de  rituales ancestrales prehistóricos y por tanto paganos, que la Iglesia desde siempre ha trabajado para hacerlos desaparecer, así como la insensibilidad del hombre hacia estos elementos y muchos otros, como muy bien plasma en una frase el escritor José Naroski, donde dice: Cómo envidio tu aroma, dijo el pájaro a la flor.

Y yo envidio tu vuelo, gentil la flor contestó. El hombre, con su arrogancia, falto de aroma y color, y sin poder dejar el suelo, flor y pájaro mató.

 

Empezar por decir que en la piedra está labrada la historia de la humanidad. Primero fue la piedra bruta y luego la tallada. Primero fue residencia de poderes divinos o demoníacos, después albergó el espíritu de los antepasados y fue un catalizador de energías magnéticas en forma de megalito y con el paso del tiempo se transformó en obelisco, estela, miliario, templo, rollo-picota y objeto artístico escultórico. En Huesca, y concretamente en ésta zona del pirineo ha tenido éstos significados y la misma evolución como también desgraciadamente se ha olvidado su sacralidad.

 

El megalitísmo es muy abundante por nuestro pirineo, dolmen de Tella, dolmen de Seira, cromlech con cairn en Atiart, posibles piedras solares de la Cabezonada, menhir de Merli, dólmenes de Cornudella y otros.

 

El teósofo Mario Roso de Luna, que recorrió todo este pirineo, País Vasco, Soria en su peregrinar insaciable, decía que las piedras oscilantes podrían ser un fenómeno natural que los hombres de las culturas megalíticas habían aprovechado para funciones hoy desconocidas y que tal vez su movimiento pudiera provocar vibraciones que se captarían a distancia.

 

En el Stersteine-fabuloso santuario sagrado de los primitivos germanos existente en el bosque de Tentoburgo que tanto recuerda al paraje durolense de Castroviejo-existe una de estas piedras oscilantes, como también las hay en Monserrat, la montaña más sagrada de España.

 

Sobre la piedra andadera escribía el abad de la concatedral que se encuentra en la cumbre del “paso Marañón”, frente a Covaleda: “Enorme mole de diez metros cúbicos que a modo de campana, a muy poco esfuerzo de la mano del hombre y a ligero empuje del viento, se balancea”. Antonio Ruiz Vega discrepa de las apreciaciones del abad: “La piedra en si es una enorme masa de roca en equilibrio semi inestable que “cabecea” con muy poco esfuerzo aunque extraña que el viento pueda moverla con su solo influjo. No para de ser un fenómeno curioso de la naturaleza, si bien es cierto que las rocas semi movientes suelen estar unidas casi siempre a cultos inmemoriales. Así sucede en Bretaña e Irlanda y también en el sur de Francia”.

 

La tierra está viva, es un ser vivo, es Gerda, la gran madre tierra. Y al igual que el ser humano está cruzado por nervios, arterias, venas y por canales sutiles de energía ying-yang que la acupuntura ha descubierto, así acontece con nuestro planeta.. Lo comentaba Miguel Serrano y decía lo siguiente respecto a los megalitos tras identificar al menhir con la runa Is (I), el dolmen con la runa Ur (una U al revés) y la runa Hagal (*):”Van jalonando los puntos más sensibles de la Tierra (Gerda Para los nórdicos). Esos extraños monumentos megalíticos, obra de seres gigantes, son la acupuntura de una geografía enferma, que evitan nuevas catástrofes, amarrando corrientes sensibles. Enclavados en los chakras y centros nerviosos del cuerpo físico y sutil de Gerda, donde ambos planos confluyen y donde se produce un encuentro entre los ríos visibles e invisibles. Son también los primeros templos de iniciación y los observatorios del cielo.

 

Para Miguel Serrano los menhires se clavaban en sitios específicos para evitar inundaciones, hundimientos y otras catástrofes. Y los dólmenes servían para la transformación espiritual del iniciado: “la ciencia de los menhires es enseñada en Europa a los ligures  por los “antes” o gigantes; también la de los dólmenes. Éstos últimos son verdaderas cítaras de piedra que vibran en señalados centros terrestres, al ser mojados por el rocío o “agua de luna”. Permiten así la mutación del elegido… Hay todo un libro de piedra abierto al iniciado en los monumentos megalíticos. Está escrita allí la más antigua alquimia, la de la Atlántida, y con ella la historia esotérica del hombre.

 El menhir representa la Montaña polar primera, el Eje Polar; también la columna vertebral del hombre. Luego toda estupa búdica, todo templo, señala igualmente la Montaña de la Revelación, en la más lejana Medianoche. Todo promontorio primitivamente levantado, toda “piedra central” u “omphalo”… Toda montaña y templo significa también el cuerpo del hombre. Por lo mismo, el Árbol de la Vida, el Eje, el Menhir, el Lingan, es la Columna Vertebral Invisible… Es la Alquimia de la Piedra, el  “ Lapsis excilis”, “el Gral”.

 

Louis Charpentier advierte que los dólmenes “estaban casi siempre en lugares privilegiados, en nudos de corrientes telúricas que pueden ser de diverso orden: ya sean corrientes cuyas fuentes profundas nos sean desconocidas surgidas sin duda del magma central; o bien de otras, más fácilmente determinables surgidas de capas freáticas subterráneas”. Así, mientras el menhir señalaba los lugares en los que las “corrientes fecundantes eran particularmente activas”, los dólmenes se situaban “en un lugar dónde la corriente telúrica ejerce en el hombre una acción espiritual al situarse en un lugar dónde “alienta el espíritu”; recrean la caverna y es en el seno mismo de la tierra, en la habitación dolmémica, dónde el hombre va a buscar el don terrestre”. Los templos serían los sucesores de los dólmenes y los cromlechs, como el de Stonehenge.

 

Charpentier propone que las estructuras dolmenicas del norte español son de origen protovasco-atlanteano y plantea la posibilidad de que no todos los monumentos megalíticos se construyesen en la misma época, hace unos 4000 años.

 

Jorge Pérez, a su vez, informa de que hay unos 50000 megalitos dispersos en toda Europa Occidental, y que su expansión mundial debió llevarse a cabo por “grupos de hombres portadores de formas superiores de civilización” con conocimientos de geometría y astronomía. “Es lógico –asevera- que a través de los tiempos, distintas generaciones los hayan utilizado como culto al Sol, a la Luna, a los muertos, al Dios y que hayan servido para ritos de inhumación, etc”

 

Ya hemos visto la interpretación que hacen del menhir los autores señalados. Por su parte, René Guinon estima que el simbolismo del menhir como el del obelisco o la columna se refiere al rayo solar y al Eje del Mundo, equiparable con el canal Sushuma del cuerpo esotérico humano.

 

El menhir, así mismo, tiene un simbolismo fecundador ampliamente conocido popularmente como evidencia la etnografía y la historia comparada de religiones. En la India no puede uno por menos que equipararlo a la piedra fálica tallada que simboliza el lingan (pene) del Dios Siva, en el que para nada hay que ver interpretaciones Freudianas sino, en todo caso, las esotéricas y las Jungianas: fuente de creación, de poder y fertilidad.

 Y sobre un menhir prehistórico, sobre un pilar pagano, instalaría Santiago Apostol la imagen milagrosa de la patrona de la Hispanidad y de Aragón, la Virgen del Pilar, milagro que narraría con gran cúmulo de detalles sor María de Jesús de Agreda en su Mística Ciudad de Dios. Y por cierto que la virgen del Pilar es la patrona en muchas localidades no sólo de Aragón sino de toda España.

 En Graus está la Basílica de la Virgen de la Peña, la Virgen de la Roca en la sierra de Güel, y otras que hacen referencia a la roca ó la peña.

 

Ahora bien, ¿qué es lo que dice la historia comparada de las religiones al respecto? Lo que nos descubre es que antes de que la piedra enhiesta tuviera un significado masculino lo tuvo femenino. Nos revela que “la representación más primitiva de la diosa lunar y quizás la más universal, era un cono o pilar de piedra”, como afirma Esther Harding. “La piedra era la representación original de la luna, que fue adoptando gradualmente características humanas”, señala esta hermeneuta jungiana, lo que me sugiere que tal vez la figura humana de la Estatua-menhir de Villar del Ala sea femenina y no masculina.

 

Frecuentemente se encuentra también como emblema de la diosa luna un pilar de madera o un árbol, motivo que se apropiaría la iconografía mariana y que puede verse en un buen número de tallas marianas.

 

Por su parte Andrés Ortiz-Osés remite el Pilar de Zaragoza a una religión cósmica, “en la que ciertas piedras preciosas (jaspe) y pilares arbóreos son considerados como teofanías del poder-potencia de la Madre Tierra”. Y agrega lo siguiente: “el sagrado pilar de Zaragoza no solamente funge cual tótem de identidad psicosocial de las tribus aragonesas (y por extensión de las hispanas), sino que funciona cúasi mágicamente: a su tacto y contacto el hombre se re-genera como a través de un Daimón palingenésico.              Toda la liturgia mariológica remite a la creencia matrológica en una piedra-asiento de la Diosa de la Fertilidad, así como al simbolismo fecundizante de dicho ónfalo sagrado cual estela mágica que cubre viejas tumbas de héroes-mártires.