La crónica de San Pedro Tabernas a la luz de la crónica árabe de Akhbar Madjmua

    LA  CRÓNICA  DE  SAN  PEDRO  TABERNAS  A  LA  LUZ DE  LA

 

                    CRÓNICA  ÁRABE  DE  AKHBAR  MADJMUA

 

 

   Creo de justicia y de razón histórica poner en su sitio las cosas de San Belascut a quien se venera en una ermita del lugar de Campo (Huesca) que, como aquí se sabe, no es otro que el monje Belastuto protagonista de la tan denostada “Canónica de San Pedro de Tabernas” y el “Aben Belaskot” personaje visigodo sometido a las pesquisas del emir Abd Al-Rahman I en su expedición pirenaica del año 781.

 

                             SAN  PEDRO  TABERNAS  Y  SU  CANÓNICA

 

   San Pedro de Tabernas fue un viejísimo cenobio ribagorzano apostado en el valle del Esera, cerca del lugar de Seira y a unos 12 kilómetros de Campo. Su primera mención documentada data del año 839 y figura en el acta de consagración de Seo de Urgel dictada por Ludovico Pío, donde se le cita como centro religioso del “pago Xistabiense”

   Unido al monasterio de San Victorián en 1076 en calidad de simple priorato perduró hasta la supresión monástica del pasado siglo XIX. Hoy sólo queda de él como testimonio histórico la iglesia monacal construida en la segunda mitad del siglo XVI.

   De este monasterio surgió la famosa “Canónica de San Pedro de Tabernas”, mezcla de tradición y leyenda que nos cuenta como “un monje llamado Belascut se ejercitaba en dicho monasterio en los tiempos en que ocurrió la invasión de España por los sarracenos.

   Siendo ya muy viejo y tenido por hombre sabio y santo, su abad Davidio y todo el convento le rogaban que escribiese de su mano para la posteridad cuantas historias sabía acerca de la antigüedad y excelencias de aquella santa casa, sobre todo acerca de lo ocurrido en su tiempo durante la invasión de los moros; suceso que él había vivido y conocía desde sus orígenes.

   Se disponía a hacerlo por obediencia cuando le sobrevino una enfermedad que lo mantuvo largo tiempo en la cama. Previendo su muerte cercana y temeroso el abad del monasterio de que con su desaparición se esfumasen tan sabios y útiles recuerdos, le mandó por obediencia relatara cuanto supiera a un escribano de entre los monjes, que puso a su disposición y dictó la narración que se conoce como “Canónica de San Pedro de Tabernas” que cuenta lo siguiente:

    Bencio, obispo de Zaragoza, al saber que se acercaban los árabes a la ciudad huyó de ella con varios clérigos llevando consigo la reliquia de un brazo del apóstol de San Pedro que le había regalado el papa Gregorio Magno. Llegado Bencio y los suyos a Ribagorza, el conde Armentario que allí mandaba, le asignó la iglesia y monasterio de San Pedro de Tabernas cuyo abad y monjes, -“Belascut” entre ellos- le recibieron con gozo.

   Siendo Donato abad del citado monasterio envió a “Belascut” al rey Carlos de los francos para informarle de lo que sucedía en España, rogándole su intervención para arrojar a los moros y devolver la libertad al país. Cosa que el rey franco prometió y en honor a San Pedro concedió tales liberalidades y franquezas al monasterio que lo colocaron en camino de prosperidad.

    Al regreso de “Belascut” con su buena nueva el obispo Bencio agradecido y esperanzado consagró en aquella iglesia monacal tres altares: uno en honor a San Pedro, otro de San Juan Bautista y un tercero lo dedicó a San Esteban protomártir, colocando en cada caso un sinfín de reliquias imaginarias como en tantos otros, con una fiesta de gran solemnidad y noble asistencia.

   Algo se ha discutido acerca de este curioso relato cuya primera redacción, tal como figura en el libro Gótico de San Juan de la Peña, se debe a Fr. Juan Marqués en 1415 al ser este promovido del priorato de San Pedro de Tabernas a la abacial de San Juan de la Peña. Le conceden veracidad Jerónimo de Blancas, Brix Martinez y Pellicer de Osau. La acogió con entusiasmo Fr. Lamberto de Zaragoza y también trata de defenderla Fr. Ramón de Huesca en “Teatro Histórico de las iglesias de Aragón”.

  Pero arremeten contra ella Fr. Manuel Abad y Lasierra calificándola de “un conjunto de despropósitos”, el P. Risco y Serrano Sanz que acusa a Saavedra y Simonet por haberla utilizado como fuente auténtica.

 

                               LO  LEGENDARIO  DE  LA  CANÓNICA

 

   Es evidente la envoltura legendaria del relato orientado a justificar la mucha antigüedad del monasterio, la presencia y autenticidad de las reliquias atribuidas a San Pedro, la consagración de los altares de la iglesia cuyos relicarios evocan la tradición apostólica como medio de captar la clientela, privilegios y donaciones y la concesión de exenciones tributarias similar a las concedidas por los soberanos carolingios a favor de otros monasterios.

   Me parece por tanto pura fábula la huida y presencia del obispo Bencio y toda su historia. Es una nueva edición de otras huidas episcopales, como la del obispo de Lérida a Roda de Isábena y otras en cuyas sedes aparecen luego obispos mozárabes en pleno ejercicio de sus funciones. Creo por todo ello ver implícita la búsqueda de un reconocimiento eclesiástico y político, acaso motivado por el temor de ver sometido el monasterio al de San Victorián, como ocurrió en 1076 y de otras ventajas monacales de toda índole.

   Pero como toda leyenda parte de un hecho real que múltiples circunstancias de tiempo, lugar y creencias fueron revistiendo de rasgos ficticios con fines diversos.

   “La leyenda - se ha escrito- no es más que interpretación poética de la historia, siendo muchas veces difícil establecer la línea de separación entre los confines de una y otra”.

Y es por ello que “la leyenda puede convertirse en un auxiliar precioso del conocimiento histórico”.

    Creo que es nuestro caso. Porque también se adivina una acentuada relación entre varios aspectos de “La Canónica de San Pedro de Tabernas” y un episodio que nos cuenta la crónica árabe AKHBAR MADJMUA que escrita en la segunda mitad del siglo IX, era prácticamente ignorada por los historiadores cristianos hasta tiempos muy recientes.

 

       LA  CAMPAÑA  PIRENAICA  DE  ABD  AL  RAHMAN  I SEGÚN  LA

 

                                CRÓNICA  DE  AKHBAR  MADJMUA

 

  Esta crónica árabe nos hace saber lo que sigue. Corría el año 781. El emir de Córdoba, Alb al-Rahman I se empleaba a fondo en restablecer su autoridad en la Península inmersa en luchas intestinas y tribales, rebeldes a la autoridad del emirato. Entre los más recalcitrantes figuraban los territorios fronterizos del noreste peninsular en permanente contacto con el reino carolingio al norte de la Cordillera donde encontraban eco favorable cualquier tipo de provocaciones contra el poder central de Córdoba.

   Sulayman, gobernador de Zaragoza, hombre esquivo y tortuoso de quien se dice que “se arrimaba al emperador franco para burlar la autoridad del emir cordobés”, osó hasta prometerle la entrega de la ciudad. Fiado en tal promesa Carlomagno cruzó la frontera con numeroso ejército y se plantó ante la ciudad del Ebro el año 778 viéndose burlado por Sulayman.

   La aventura le costó cara al emperador, más que por el fracaso de la operación, por el descalabro que sufrió al atravesar de retorno el desfiladero de Roncesvalles llevándose preso a Sulayman. Sorprendido el ejército franco por fuerzas hostiles, sufrió sangrienta derrota siendo Sulayman liberado entonces; pero muerto tiempo después por orden del emir. El suceso de Roncesvalles mereció la atención de la épica que dio a luz la canción de Roldán y los doce Pares.

   Al-Husayn, sucesor de Sulayman, adicto al emir primero, sucumbió también a la tentación separatista del emirato. Y era que sus dominios especialmente afectados por deseos de reivindicación de los “hispani” o pueblos de región fronteriza en contacto mas o menos frecuente y directo con los francos y donde se habían refugiado muchos huidos de la invasión y los ajustes de cuentas posteriores, estaban impregnados de un ambiente de protesta permanente. Y en las regiones pirenaicas, normalmente regidas por visigodos o indígenas autóctonos que ya en su día tomarían poco en serio los pactos de fidelidad y tributos al invasor, ahora rechazaban al Islam y evadían impuestos hasta los más responsables.

    Abd Al-Rahman, después de someter al gobernador rebelde Al-Husayn en su propia ciudad, emprendió una campaña contra las regiones del norte. Según la crónica Akhbar Madjmua “se dirigió a devastar Pamplona – entre otras- volvió contra los vascones y luego contra el país de Cerritania (Cerdaña). Acampó en el (país) de Aben Belaskot, cuyo hijo tomó en parias y le concedió la paz previo el tributo personal”.

   De esta expedición se han ocupado también otros relatos árabes, como Ibn al-Athir y Fat al-Andalus y se hacen eco de la misma historiadores modernos de toda solvencia, tales como Sánchez Albornoz, Millás Villacosa, Abadal y Viñals, María Jesús Viguera, entre otros, quienes trazan la ruta seguida por el ejército de Abd al-Rahman por Calahorra, Logroño hasta Pamplona. Hay alguna divergencia en señalar los límites de la expedición en dirección a Levante que “Aragón Musulmán” de Viguera detiene en el entorno de Jaca fijando allí el punto de retorno a Zaragoza del emir con sus huestes, y no sin reservas identifica a Aben Belaskot  Galindo de Belascotones el de las Genealogías de Roda.

   No fue así. La “Cerritania” de la crónica es la Cerdaña cuya capital entonces Libia, había sido escenario de graves incidentes años antes también por motivos de rebelión contra el emirato. Y entre los episodios de Aben Belaskot y el deGalindo Belascotones median 80 años por lo menos. Por lo que nos apartamos de la versión que nos ofrece “Aragón Musulmán”.

   Villacrosa y Abadal prolongan la expedición pirenaica del emir hasta la Cerdaña en la cuenca superior del río Segre, cruzando el territorio en línea transversal paralela a la frontera. Nos atenemos a esta explicación.

   La ruta seguida, aún hoy parece clara. A partir de Pamplona, Jaca y el valle del Gállego, la expedición alcanzó el curso del Ara, bien por Laguarta. Siguió hacía Levante vía Ainsa y Campo por Foradada del Toscar donde al pisar las tierras de la estirpe “Belaskot” tuvo lugar el encuentro de “Aben Belaskot” entonces regente, con Abd al-Rahman.

 

 

 

                                          EL  PAÍS  DE  ABEN  BELASKOT

 

Nos hace detener en las tierras de Campo junto al Esera a poniente de Turbón, la identidad de la estirpe Belaskot con el monje Belascut de la “Canónica” citada que elevado a los altares por veredicto popular se le dedicó una ermita en las cercanías del lugar donde aún se le venera con peregrinación y fiesta anuales. Las que se creían reliquias de San Belascut que poseía la parroquia se paseaban en procesión de rogativas y fueron combustible de las llamas en 1936.

   No menos importante para nuestro caso es la presencia a solo dos kilómetros de Campo junto a la ruta que tuvieron que hollar Abd al-Rahman y sus huestes, de un pueblecito llamado Navarri, lugar cuyo origen, a mi juicio, nos remite a aquellos sucesos. Según Lacarra, que lo toma de los Anales Carolingios, los “Navarri” eran un grupo étnico del que se tienen noticias desde el límite de los siglos VIII-IX que se “asientan”, dice, en torno a Pamplona a la que los citados Anales califican de “Navarrorum óppidum” o fuerte de los Navarros (Lacarra: Expedición de Carlomagno a Zaragoza y su derrota en Roncesvalles, pp. 62-63). El pueblecito en cuestión, según nuestra hipótesis, estaría relacionado con aquella expedición.

   La crónica árabe que comentamos nos habla de la devastación de Pamplona, hecho que motivaría la toma de rehenes que el ejército musulmán llevó consigo como garantía del cumplimiento de los pactos que se impusieron después de aquella derrota. Llegados al Esera con aquellos rehenes comenzó la acampada que un ejército calculable entre los 10.000 y 15.000 hombres, por lo menos, debió extenderse hasta el valle del Isábena. Y finalizada la operación de castigo Abd al-Rahman dejó abandonados a su suerte los citados rehenes “Navarri” que afincaron en aquel pequeño remanso del valle y con tal nombre han permanecido hasta hoy día.

   Sea esto u otra cosa similar, creo merece la pena un intento de aproximación de todos  estos datos cuya coherencia abre perspectivas nuevas a la historia de la región, de sus instituciones y de sus creencias.

   Ya Abadal, al hablar de esta expedición, rechazó la versión que situaba “el país de Aben Belaskot” en la Cerdaña. La crónica alude sin duda a dos comarcas distintas. Y por la naturaleza del nombre Belaskot o Velasco infiere su procedencia ponentina, no oriental. Y sospechó el sesudo historiador de que aquél  “país” bien pudiera ser Ribagorza de la que Aben Belaskot sería el primer regente conocido.

   Sobra decir que suscribo esta opinión a la vista de tan precisa coincidencia nominal y de otros datos de aquella “Canónica de San Pedro” que abonan la hipótesis de que el Belaskot de la crónica y el del monje Belascut podrían referirse a la misma persona que después de regir el país se retiraría al claustro de “Tabernas” donde vivió en santidad y gozó de tanta estima que mereció el honor de los altares.

   Tal parecer se ve reforzado por las características del país que regía “Aben Belaskot” al ser utilizado como cuartel general por el gran emir de los creyentes Abd al-Rahman I.

   El lugar debía reunir las condiciones estratégicas esenciales para el cometido que allí se llevaba. Se trataba de sojuzgar todos los núcleos habitados de la cara sur del Pirineo Central comprendidos entre los valles del Ara y el Segre por encima de los macizos de Sierra Guara, Montsech y Cadi. En tan alterada geografía el “país de Aben Belaskot” (actual Ribagorza Media y Norte) ocupaba la posición central a regular equidistancia de los extremos y con caminos abiertos en todas direcciones, y sobre todo hacía el sur, vía Graus Barbastro, como puerta de salida para la retirada en caso de emergencia, por ataques desde el norte y también de aprovisionamiento si hiciera falta desde estas plazas a poco más de una jornada o jornada y media de cabalgar.

   Como en el resto de la Península el emir quiso imponer su autoridad exigiendo respeto a la situación islámica imperante y el pago normal de los tributos, cosa que a la vista del proceder de “Aben Belaskot” eludían los mismos responsables. De ofrecer resistencia o mediar especial compromiso se forzaba a la entrega de rehenes que luego se redimían con fuertes sumas de dinero o de cargas muy onerosas.

   La expedición, por tanto, no se planeó para una guerra abierta, ni se temían choques violentos con grupos masivos levantados en armas. Ni el avance de un extremo a otro del país pudo organizarse barriendo en forma de oleada frontal. En geografia tan alterada no era posible. Más bien cabe entender la anécdota de la acampada, tan escueta en el complejo de la expedición, que la exploración y requisa del territorio se realizó en forma centralizada y unitaria a partir de un puesto de mando del que salieron varios comandos. Y bien informados por guías y mercenarios autóctonos penetraron los valles y recovecos – y lo que se silencia – saqueando y humillando a sus gentes e incendiando cuanto se ponía por delante.

 

                                          BELASCUT  EL  VISIGODO

 

  Quien regía el país en el año 781 no era Belascut en persona, sino su hijo (Aben) ya casado y con familia ya crecida, que heredaría tal cargo en ausencia del primero al ingresar en el claustro y por estas calendas ya tal vez muerto. Fue pues el hijo quien tuvo que dar cuentas al emir no sólo de las propias irregularidades, sino de las del país que regentaba. La culpa era grave como lo fue la entrega de su hijo que al sellar la paz con el emir tal vez recuperó.

   El viejo Belascut del monasterio de San Pedro de Tabernas, o sea el padre, era un visigodo de pura cepa que en su día, ostentaba el régimen de la comarca a titulo de vizconde, vicario o algo por el estilo, antes de abdicarla en su hijo. Oriundo de la comarca donde hoy se encuentra Campo, a juzgar por la tradición devota allí conservada desde tiempo inmemorial, vivió durante la primera mitad del siglo VIII los acontecimientos de la invasión y experimentaría los avatares de la misma. Aunque el país a su cargo abarcase hasta el Noguera Ribagorzana y la frontera pirenaica, los datos apuntan a Campo o a sus cercanías como residencia habitual.

   A la llegada del Islam hubo de someterse ala nueva situación optando por renegar de su fe a la caza de privilegios o de permanecer fiel a ella renunciando a las ventajas que aquel cambio de credo conllevaba. Consta que al producirse la invasión hubo cabezas locales y comarcales que al olor de las gangas en perspectiva renegaron de su fe y se convirtieron al Islam. El caso de los Banu Quasi de Borja, es un ejemplo que se repetiría a otros niveles. Hubo otros que sin mediar apostasía ni conversión sellaron los pactos de fidelidad a los intrusos y el compromiso de los tributos personales “la chizia”  o territoriales “el jarach” con los que obtuvieron respeto para sus propiedades y creencias. Así lo hizo el viejo Belascut que comentamos.

   ¿Fue desengaño por la invasión?, ¿fue la llamada a la vida santa en el claustro? Nada sabemos. Como tampoco sabemos los motivos que impulsaron a seguir caminos parecidos al conde Guillermo de Tolosa, el reconquistador de Barcelona el año 801 que ceñido de laurel y envuelto en triunfos entró en un monasterio el año 806 y es venerado como San Guillermo de Tolosa.

   Antes que él el prócer ribagorzano en vez de laureles tuvo que arrastrar los incordios sarracenos que por más liberal y tolerante que fuesen, nada estorbaría un conocimiento mejor de unas creencias y un sistema de vida a contrapelo del usual en el país de Belascut. Siendo lo “sabio y santo” que dice la “Canónica” quizás hirieran sus sentimientos los posibles atropellos a sus creencias o la apostasía de muchos ante su mirada, lo que le movería a perderse en lo recóndito de un cenobio donde vivió y murió como un justo más de los que merecieron las glorias del altar.

 

                 LO  QUE  EN  LA  “CANÓNICA”  PARECE RAZONABLE

 

   Partiendo del episodio de Aben (el hijo) Belaskot con Abd al-Rahman el año ya citado, una cronología retrospectiva nos lleva muy cerca de los días en que la invasión tuvo lugar. Y hace coherente la primera parte del relato respecto a la presencia de un monje de tal nombre en el cenobio; de su conocimiento de lances ocurridos durante la ocupación, entre ellos el posible contacto con fugitivos que daría pie después al invento del obispo y sus reliquias de San Pedro; de su fama de hombre sabio y santo al estilo de su tiempo; de los requerimientos de su abad para que compusiera sus memorias e incluso el dictado de algunas de ellas en el trance de su muerte etc.

   Más dudosa resulta la forma dada al relato de su embajada ante el rey de Francia. Contactos solicitando la intervención francesa para expulsar los árabes del país, si los hubo. Y no repugna en absoluto que el monje Belascut en su condición nobiliaria y representativa se viera solicitado para interponer su valimiento ante los poderes francos. Pero resulta inverosímil la concesión de tantas liberalidades y franquezas en tiempos en que aquellos poderes nada tenían que ver en territorios al sur de la Cordillera. Los tuvieron más tarde con el monasterio de Alaón cuando los condes tolosanos ya tenían autoridad por tierras ribagorzano pallaresas y dictaron disposiciones a favor de aquél y otros, (acaso del mismo Tabernas), pero no en vida del monje Belascut.

   Despojada de estas concesiones privilegiadas, reducida a sus justos límites y dada la condición de Belascut de hombre principal de la comarca tan vecina, nada invalida los términos de aquella legación ante el rey Carlos de Francia, que a juicio de Fr. Ramón de Huesca era Carlos Martel, no Carlomagno, con quién el Belascut de la Canónica no pudo tener trato por defecto de coetaneidad.

   Desbrozada pues de tanta ficción y fantasía interesadas, ajustada a la realidad histórica del momento y otras circunstancias, la tradición devota de San Belascut recobra su valor a la luz del episodio que recoge la crónica árabe comentada.

   La coincidencia del mismo nombre en dos textos tan dispares de contenido, tan lejanos en el espacio, tan distantes en el tiempo, tan ignorados entre sí, a la par que referidos a hechos que se tocan tan de cerca, de veracidad indiscutible y de circunstancias tan sincrónicas, no pueden ser una pura casualidad.

   Ni hay razón para creer que el hagiógrafo tuviera conocimiento de este nombre a través de la crónica que, perdida en el fárrago de extrañas literaturas y velado por escrituras de trazo casi jeroglífico, es de uso reciente entre los historiadores. Tampoco es desdeñable al respecto la sospecha del serio y sagaz historiador Abadal al husmear el posible origen ribagorzano del personaje y sus funciones. No habría dudado, seguro, de conocer la ermita y devoción a San Belascut y la posible relación familiar con el interlocutor del emir Abd al-Rahman I.

 

                      SAN  BELASCUT  EN  EL  MONACATO RIBAGORZANO

 

Con la historia de San Belascut desde su proyección en la crónica Akhbar Madjmua el viejo monacato ribagorzano da un paso más hacia sus orígenes y su función,  socio religiosa  y cultural. San Belascut añade credibilidad a las hipótesis del origen visigótico de los nuestros y otros monasterios. San Belascut añade credibilidad a las hipótesis del origen visigótico de los nuestros y otros monasterios.

   La certeza documental y estimativa hasta hoy día constatada, se detenía en los albores del siglo IX. Hacía El año 806 aparecían las primeras menciones del monasterio de Alaón en la cuenca del Noguera Ribagorzana: en fechas aproximadas comienzan las memorias del de Santa María de Labaix en la confluencia del barranco Gironella, y el Ribagorzana al sur de Pont de Suert. Aunque de Santa María de Obarra, en el Isábena, nada se dice en documentos hasta el 874, indicios y conjeturas barruntan de su existencia ya por estas calendas. La historia de San Pedro de Tabernas se iniciaba con la mención ya citada del año 839. Desacreditada su “Canónica” por la carga legendaria que arrastraba, sus antecedentes se esfumaban sin dejar rastro.

   Las memorias de de San Belascut que parecían como surgidas de la fábula piadosa, cobran nuevos perfiles sobre el fondo de la excelente crónica árabe, y aunque todavía difusos, refuerzan muchas hipótesis hasta ahora planteadas y nos descubren horizontes que se adentran en el tiempo aún por explorar entre nosotros.

   El P. Huesca ya proclamó el origen visigótico del cenobio de San Pedro de Tabernas. Se dudó de él pese a su bien reconocida seriedad. Tras las constataciones precedentes también lo creo yo y me empujan a nuevas reflexiones.

   Si el año 839 el monasterio ya era conocido en la tan distante sede urgelitana y merecía de ella confiarle la cura pastoral del “Valle Xistabiense”, era porque tras un largo trecho de su historia estaba bien consolidado, hasta el punto de contar con un santo en los altares. No muy otro era el caso de Alaón cuyos antecesores vienen explícitamente aludidos en la orden para su restauración dictada por el conde Bigo de Tolosa en los primeros lustros del siglo IX. Ni el silencio documental sobre Santa María de Obarra, ni el alegato de su fundación por el conde Bernardo de Ribagorza (c.900-950) convencen ya de la ascendencia de éste. Rasgos de su monumentalidad disonantes con el conjunto y afines con el arte visigótico nos conducen hasta aquellos tiempos. Los tres mencionados se emplazan en lugares de paso, aptos para la atención vial y la propagación, lugares con claros signos de haber sido utilizados mucho antes para estos fines.

   Sería difícil, si no imposible, saber algo más sobre los dichos acerca de sus andanzas visigóticas. Aunque se presentan ya bastante claras la época y motivos de su ruina. Doy por descontado que esta ocurrió durante la acampada de Abd al-Rahman y sus mesnadas el citado año 781. Es probable que unos y otros se hubieran convertido en refugio de afrancesados y se les tildara como cobijo de sediciosos y núcleos acusados de alentar insubordinación y resistencias en su entorno. Y sin excluir la posible destrucción de los mismos, la sola presencia de todo un grueso de ejército musulmán acampado, como quien dice, a las puertas de su casa causaría pavor a los residentes que optarían por la huída y el abandono.

    Cabe pensar que tal huída diera origen a otros cuatro que aparecen luego al norte de Turbón y Sierra de Sis, Aurigema (Urmella), San Andrés del Valle Arravense, San Miguel de Bonansa y San Esteban probablemente de Ardanué (este monasterio, del cual daremos cumplida información mas adelante, Don Manuel lo suponía situado en Ardanué o Calvera, aunque dudaba por no hallar ningún vestigio en sus cercanías, poco después de su muerte, encuentro en el diccionario histórico estadístico de Madoz, editado en 1850, los datos de su ubicación en Aguilar), de los que se tienen noticias no antes del año 930. Allí, en lugares menos accesibles y más expuestos a las reacciones fronterizas, las incursiones árabes serían esporádicas y menos peligrosas por la facilidad de huir cruzando las montañas.

   Los cuatro citados, que se mencionan a propósito de la elección del obispo Borrel de Roda en Seo de Urgel el año 1017, carecen de documentación propia. Y cuando los emplazados a mediodía abren escritorios y archivos, aquellos se cierran y mueren en su mutismo. Serían meras sucursales o residencias provisionales habilitadas para casos de emergencia. Lo mismo que lo fue, según la tradición, Santa Justa para San Victorián.

   San Belascut, en fin, señor, monje, ribagorzano de casta, añade un nuevo peldaño para explorar los fondos de donde surge nuestra religiosidad, y desde el viejo podio de santidad que lo ensalza, da lustre a un monacato que tanto contribuyó a la configuración, consolidación, desarrollo y cultura de Ribagorza.

 

 

 

Este documento publicado por Don Manuel Iglesias Costa en la revista “Aragonia Sacra” en 1995, es a mi modo de ver de mucho valor histórico y  divulgativo, dando referencias muy interesantes sobre el valle donde se fundó el pueblo de Campo, además de datos desconocidos de  nuestro santo local San Belascuto, que ponen en tela de juicio las leyendas que hasta el día de hoy, nos habían transmitido de él.

 D. Manuel en este trabajo pone de manifiesto su valía como investigador, además de su rigor, tenacidad, humildad, capacidad de trabajo que entre otras muchas virtudes lo caracterizaban.

Lástima que éstas y otras  investigaciones tan interesantes y concienzudas, no se valoren en su medida, por lo menos los responsables del Obispado de Barbastro, que aún conociendo muy bien el trabajo referido, del  año 1995 autorizan hacer una talla de San Belascuto, que después de ver su historia resulta  muy desafortunada y nada adecuada al santo en cuestión, lo que pienso es una grave desconsideración hacia D. Manuel,  además de un sacrilegio al santo.

Ni que decir tiene mi consideración y respeto hacía Don Manuel, ya que era una persona que admiraba y a la que nunca podré agradecerle su paciencia y tiempo que dedicó a mis inquietudes, en cuestión de cultura,  siempre que yo se lo solicitaba, y que a raíz de ello tuvimos multitud de encuentros, que,  por razones de mi trabajo, eran  los sábados principalmente, y donde el tema de nuestro santo local  San Bllascut era uno de los más recurridos, un tema en  el que puse a prueba su bondad y paciencia, hasta una semana antes de su muerte repentina, la que me privó de seguir disfrutando de la sabiduría de un hombre al que admiraba, y que su recuerdo me ayuda y reconforta para seguir luchando en este mundo inagotable de la cultura. Mundo que cada día me llena más, a pesar de los muchos sinsabores que tienes en él, que nunca serán suficientes para hacerme desistir en mi empeño, simplemente porque conoces personas extraordinarias, que aunque su deseo es pasar desapercibidas por la vida, ponen tantas horas en la investigación que les imposibilita el lograrlo.

 

 

                              NAVARRI  SEGÚN  MADOZ  EN  1845-1850

 

Lugar con ayuntamiento en la provincia de Huesca (18 leguas), partido judicial de Boltaña (6 leguas), audiencia territorial y capitanía general de Zaragoza (24 leguas), abadiado de San Victorian (3 leguas): Situado en un pequeño llano llamado Espun, a la margen derecha del río Esera; Clima templado y sano; reinando los vientos del Norte. Consta de 16 casas inferiores; una fuente é iglesia parroquial dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, con cementerio contiguo, está servida por un cura párroco de provisión del Abad. Confina el Término por el Norte con Campo; Este río Esera y Morillo de Liena; Sur monte de Pallaruelo, y Oeste montes de Foradada, Rañín y Pallaruelo. El terreno es llano, bañándole el río Esera con dirección de Norte a Sur, y desaguando en él un barranco llamado de Foradada que corre de Oeste a Este; sobre el primero cruza un puente de piedra. Caminos; uno transversal que desde la Fueva va á Campo; de la estafeta de este último punto se recibe la Correspondencia por expreso dos veces a la semana. Productos; trigo, escana, avena, patatas, hortalizas y varias clases de frutas; cría ganado lanar y cabrio; caza de conejos y perdices, y pesca de truchas y barbos. Población 7 vecinos, 52 almas. Riqueza imponible 24.948 reales. Contribución 3.342.

 

 

En estos informes de Madoz, hay algunas cosas que creo hay que explicar, como es el datar en principio 16 casas inferiores, y al final termina con 7 vecinos.

Consideramos que estos 7 vecinos eran los obligados a pagar contribución, el resto ya fuera por exención, ó considerarlos pobres no estaban sujetos al pago de impuestos.

Según datos obtenidos de las casas que en 1850 había en Navarri, los siete vecinos que soportaban la contribución eran éstos, Aina, Bllan, Casanueva, Martina, Mora, Sastre y Tixidó, las consideradas pobres suponemos eran, Ambrosio, Brisa, Domingo el Garroso, Fransuá, La Barrabesa, La Morancha y Salamero, con estas suman 14 y las dos que restan supongo que exentas de contribución aunque no por pobreza La Abadía y La Escuela.

 

Las Colladas, es curioso que estando tan cerca no pertenecieran sus vecinos a la parroquia de Navarri, que es lógico pensar que así fuera, pero por raro que pueda parecer pertenecían en estos años a Rolespé, donde subían a cumplir con parroquia y donde se casaban, bautizaban ó enterraban todos los miembros de las seis casas que eran Aventin, Juan, Ribas, Remulo, Sole y Sorina.

Después de saber esto uno se explica las dimensiones y la cantidad de enterramientos que había en el cementerio de Rolespé, cuyo propietario Ramón Vilas dejó de ejercer el derecho de parroquia, cuando el cura le pidió por motivos de salud, se dignara bajar a oír misa a Las Colladas, y es a partir de entonces cuando construyen el cementerio y aprovechan la pequeña ermita como parroquia en Las Colladas.

 

 

Justo  Broto  Salanova  dice  sobre  Rolespé:

 

ROLASPÉ: Lugar fronterizo del condado de Ribagorza, sobre la margen derecha del Esera. Conocido en la antigüedad como “Relaspé” y “Rolaspé”, además de todas sus posibilidades de corrupción fonética: Rolespé, Ralespé, etc. Lo mencionan los dos fogajes tributarios de 1543 y 1551 concedidos al emperador Carlos I en las cortes de Monzón; la relación del conde D. Martín de Gurrea y Aragón, de 27 de febrero de 1554, con motivo del pleito que mantuvo por la posesión del condado de Ribagorza; el censo del condado de 1549; la descripción anónima de los montes Pirineos, redactada por un espía de Felipe II en 1586; y el alfabeto de los lugares de Ribagorza redactada por Felipe Luis Piérrez, celador que fue del archivo condal de Benabarre, muy a finales del siglo XVI. Todos coinciden en cuantificarle una única casa, mientras Las Colladas de Rolespé alcanzaba por aquellos tiempos dos casas. Quedan ecos históricos, no documentados, de que perteneció en lo antiguo a la familia Bardaxí, cuando esta tenía su feudo principal entorno a Campo, antes de trasladar su solar ribagorzano a Benasque. Muy posiblemente donaron los Bardaxís el lugar al monasterio de San Victorián, como hicieron con algunas otras propiedades; o bien lo dieron al priorato de San Pedro de Tabernas, lo cual resulta la misma cosa, pues el antiguo monasterio de Tabernas fue agregado a San Victorián hacia 1076 por disposición del rey Sancho Ramirez. Lo que sí está bien documentado es que Alfonso III desde Teruel, en 25 de junio de 1289, concedía derechos a San Victorián sobre Rolaspé y algunos otros lugares del Valle de Bardaxí. Esto lo trae Moner en su Historia de Ribagorza; el documento original yo no lo he visto, pero parece tratarse de una confirmación de propiedades antiguas. Así, perteneció al monasterio de San Victorián, en su priorato de Campo, quien ostentaba la propiedad, el señorío, la jurisdicción alta y baja, el cobro de décimas, primicias, penas, calonías, pregueras, azofras, maravedí setenal (cuando el día de Navidad caía en viernes), y todo lo demás; parvo producto que ordinariamente se invertía en el sostenimiento de su pequeña iglesia. Pues San Victorián mantenía en Rolaspé capilla y pila bautismal, por lo que fue parroquia monacal que tenía agregado el lugar de Las Colladas. Perteneció, por tanto, a la diócesis exenta “vere nullius” del monasterio, cuya autoridad espiritual suprema fue el propio abad, quien sólo rendía cuentas ante Roma. En los mencionados fogajes tributarios de 1543 y 1551 Rolespé, como feudo monacal, no pagó nada, pues todo el territorio de San Victorián se contabilizaba como una única casa. En cambio Las Colladas de Rolespé poseía entonces dos casas y ocho moradores a efectos tributarios, y pagaron 32 sueldos. Esta situación se interrumpió en 1571 cuando, por bula papal, se recrea la diócesis de Barbastro con casi todas las parroquias monacales. El obispo de Barbastro mantuvo cura en el propio Rolespé, parroquia que atendía también a Las Colladas; si el cura no vivía en la casa sempiterna de Rolespé, quiere decir esto que se construyó una segunda casa o abadía. Creo yo que el interés económico de los monjes en Rolespé estribaba en el paso de una cañada de ganado hacia el Pirineo y en la vecindad de las antiquísimas ferias de caballerías en Campo y en San Pedro de Tabernas (más bien en el puente de Argoné), feria esta última que, como sabes, se trasladó a Graus hacia el siglo XIII y fue la renombrada de San Miguel. Con los años el lugar de Las Colladas, mejor situado para la vida moderna, aumentó el vecindario, por lo cual el obispo de Barbastro decidió construir allí una iglesia y trasladar la parroquia, el cura, el cementerio y la pila bautismal que siempre habían permanecido en Rolespé, desde que fuera éste casa fortificada en lo antiguo, más apta para la defensa y a pesar de la vida árida, montaraz e incómoda que arrastraron sus antiquísimos moradores. La decisión del obispo se tomó hacia 1791, y motivó un ruidoso e inútil pleito levantado por el dueño de la casa de Rolespé, proceso que se guarda en el Archivo Diocesano de Zaragoza, Sección “Procesos”, signatura “Barbastro A-lig 1º”, con el título Proceso de Pedro Vilas contra el rector de Rolespé sobre la obligación de decir misa. (230 x 315 mm). El pleito se resume así: Pedro Vilas, “labrador, vecino y dueño de la casa de Rolespé”, suplica al obispo revoque el decreto por el que permitía al cura celebrar dos misas los días de fiesta en Las Colladas y no subir a Rolespé, pues “la iglesia de Rolespé ha sido de tiempo inmemorial la única parroquia de dicho pueblo y Las Colladas, llevando siempre la denominación de Rector de Rolespé”. El legajo explica que en 1618 se construyó la iglesia de Las Colladas y se le permitió al cura vivir allí, para más comodidad, aunque con la obligación de subir los festivos a decir misa a Rolespé. Asegura el procurador que los de Las Colladas “acudían a cumplir en Rolespé… a recibir los sacramentos y aún subían a enterrarse”. El cura se llevó a Las Colladas las jocalias, copón y campana de Rolespé. El informe dice que Rolespé ha contribuido con la décima de granos, legumbres, ganados y demás frutos al sostenimiento de la parroquia, y Las Colladas apenas con nada. Por lo cual Pedro Vilas solicita que el cura vuelva a vivir en Rolespé y mantenga la pila bautismal. El cura responde con su propio informe al obispo, asegurando que una parroquia debe contar, al menos, con 10 casas. Como resultado, el obispo no accede a corregir la situación. Este es el proceso de decadencia de Rolespé, y de la pérdida de sus antiguas prerrogativas. Hacia 1845 Madoz, en su diccionario geográfico, estadístico e histórico, no dedica a Rolespé más que una línea lacónica: “Casa en la provincia de Huesca, partido judicial de Boltaña; corresponde a Las Colladas”. Quedó abandonado el lugar en el masivo éxodo de los años 60 del siglo XX. En la segunda mitad de este siglo Mariano Tena de Graus y algún otro socio compran Rolespé, aunque lo visitan poco, y desde entonces puede decirse que el histórico Rolespé mantiene algo de vida, de memoria y de alma.

 

 

Tengo en mi poder un documento del año 1289, que habla sobre El Priorato de Valencia y dice así:

Como hubiese reclamado don Bernardo, abad de San Victorián, el priorato de San Vicente de Valencia, que el rey don Alonso (Alfonso III de Aragón) había dado al abad de Poblet, y sometida la causa a jueces árbitros, hubiesen éstos declarado pertenecer dicho priorato al monasterio de San Victorián, el referido rey don Alonso, en Teruel, a VII de las kalendas de junio de MCCLXXXVIIII, testigos don Gastón, vizconde de Bearne; don Pedro señor de Ayerbe; Arnaldo de Alaón; Gimeno de Urrea y Ramón de Cervera (para que el monasterio de Poblet no quedara defraudado de su donación) dio en recompensa a dicho abad de San Victorián, para sí y sus sucesores, un censo anual que percibía en Huesca de cien morabetines alfonsinos de oro, la iglesia de San Salvador y los baños de dicha ciudad, prohibiendo construir otros en ella, las villas de Ciresa y Espuña, el lugar de Araost, que ya le había dado su padre cuando no era más que prior de San Vicente de Valencia, y el valle de Bardaxí y la villa de Rolespé con otros bienes y privilegios y libertades, confirmando a su dignidad el honor de capellán real que le había dado Ramiro I y vinculado a ella el título de visitador de todas las capillas reales, con la corrección en ellas por estas palabras: “Item volumus et concedimus vobis quod vos, dilectus abbas et successores vestro abbates dicti monasterii Sancti Victoriani sitis semper capellani mei et successorum nostrorum et visitatores capellas nostrarum et habeatis correctionis… mandamus etiam universsis capellanis capellas nostras tenentibus quod teneant et habeant vos dictum abbatem pro capellano nostro et in visitationibus et correctionibus quod vobis faciant et obediant ut tenetur”.