EL LUNES BAIXARÉN TA GRAUS

Hablar con los abuelos siempre es interesante pues son personas que, dada su edad, han adquirido la experiencia y sabiduría que otorga la universidad de la vida que aunque no entrega títulos, ni diploma alguno, es la que se ocupa de moldearte con enseñanzas que conllevan éxitos y fracasos, un aprendizaje que resulta lento por esto, pero que debe afrontarse con determinación y buen ánimo, para procurar encontrar en cada día un motivo más de superación, un aprendizaje lento que hacía que las lecciones y enseñanzas tuvieran un fuerte calado, ya que en la vida se aprende también de los errores. A buen seguro que nuestros abuelos, como nosotros, tuvieron de todo, ya que estos rincones de Pirineo dentro de su belleza  para habitarlos y vivir en ellos tienen muchas dificultades por su orografía y escaso terreno de cultivo, lo que dificultaba junto a la carencia de todo tipo de servicios, tener una vida mínimamente acomodada.

 

Para estas personas buenas e ilusionadas el vivir en un medio natural era un privilegio, por eso las dificultades señaladas les servían de acicate y estímulo para trabajar con tesón y defender con orgullo su responsabilidad de familia: ser y hacer felices a sus seres queridos. Tenían además de un extraordinario apego a su terruño una dosis muy alta de conocimiento del medio, sensibilidad y respeto hacia la Naturaleza, a la que le manifestaban su agradecimiento por aportarles todo lo necesario para vivir.

 

La relación con los abuelos te lleva a conocer tiempos pasados, escuchando los relatos y  vivencias de cuando eran jóvenes. Si lo  haces con la atención que merecen, te percatas de la rápida evolución habida en los últimos ochenta años, con unos cambios que no terminamos de asimilar, donde percibimos las formas sencillas pero no faltas de ilusión, la gran carga de trabajo, y el realizarlo con voluntad y cariño hacia los suyos, daba como resultado el disfrute gratificante y emotivo de la vida, cargándola de valores positivos como: bondad, cercanía, comunicación, buena vecindad haciendo con todo ello percibir en sí y en su entorno la felicidad, de la manera más sencilla y bonita que puede darse.

 

Hoy hemos avanzado mucho en medios de comunicación, en tecnologías, en la posesión de  muchos aparatos que aparentemente sirven para hacer la vida más cómoda, pero que,  en realidad,  nos ponen en un círculo de consumo que nos esclaviza sin darnos cuenta de ello, perdiendo la capacidad de  saber emplearlos para mantener la armonía y buena vecindad que existía  en los años a los que haremos referencia.

 

Antes de  empezar hablando del título en referencia, quiero hacer un comentario o pensamiento sobre mi abuelo, con el que nos unía además de la sangre, un "filing" muy lindo y especial. Hoy ya no está físicamente entre nosotros mas siempre vivirá en mi corazón. Un sentimiento que arraigó en mi  escuchando sus historias de vida, que aunque en apariencia parezcan sencillas,  estaban muy cargadas de emoción y cariño, dos cosas que siempre percibí de él.

 

Lo que voy a relatar me lo contaba mi abuelo Joaquín Campo Mur, nacido en Navarri en casa Mora, hijo de Santiago Campo de casa Chandoz de Morillo de Liena  y de Joaquina  Mur de Navarri (el apellido Mur procede de Campo de casa Armisén. Un hijo de esta casa, Joaquín Mur,  padre de mi bisabuela, baja a casarse a Navarri  con Isabel Bestué).

Joaquín Campo Mur a los 27 años se casa en La Corona con María Antonia Lanau Fortuño de casa Costa, el 13-11-1920. Este es el año que mi abuelo baja a vivir a La Corona, por tanto lo que me contaba haria referencia a los años 1921-1955/1960, más o menos. Por supuesto que antes de casarse ya estaba establecido bajar los lunes a Graus. Mi abuelo una vez casado con María Antonia, vivirá  con sus suegros Antonio Lanau Barrabés de La Corona y María Fortuño Cereza de Aguascaldas.

 

Los lunes madrugaban más que el resto de los días, ya que debían cargar los burros para bajar a Graus  con los encargos que les habían hecho el lunes anterior. Una carga de diferentes productos para vender: huevos, pollos, miel y almendras, entre otros. Caza de todo tipo: conejos, perdices, tordas, charros..., como también pieles de fuina, rabosa, tejón, jineta etc., esto último no correspondía a ningún encargo pero su venta serviría para por lo general adquirir algo de dinero, aunque casi todos los productos que necesitaban las cuatro casas de La Corona: Costa, Soltero, Ramonchuán y Paúl  los adquirían a cambio de los que bajaban, mediante el habitual "trueque", muy recurrido entonces y que consistía en poner en valor el producto que entregabas  para llevarte el que necesitabas sin mediar dinero.

 

Los encargos básicamente eran café, azúcar, sal, arroz y lentejas, alguna prenda de vestir, alpargatas y carburo para los candiles. Casi la totalidad de las transacciones comerciales se hacían en casa Samblancat, hoy desaparecida, ya que allí podían adquirir productos de  alimentación, ropa, calzado, utensilios… en fin,  todo lo que hiciera falta.  Allí se  hacía el trueque de lo que traían por lo que se llevaban.

 

Entre el viaje y las gestiones o compra-venta  había pasado la mañana y era hora de comer. Solían juntarse con los propietarios de las casas de varios pueblos cercanos como  Centenera, Erdao, Torruella, Bafaluy, Nocellas, Aguilá, Abenozas....

La comida se alargaba más de lo habitual  pues tenía  también laa  función de saber y enterarse de las  noticias del resto de comunidades y referentes  al estado de las personas y animales, a la evolución de las cosechas, el precio de los lechones y las almendras, saber quién los pagaba mejor;  en fin, toda clase de vicisitudes a destacar de cada uno de los núcleos en general y casas en particular. 

 

Después de un día tan ajetreado, llegaban a La Corona ya de noche los dos arrieros. Allí se les  esperaba,  en una de las cuatro casas con el resto de vecinos, que atendían expectantes a todas las explicaciones del viaje, mientras daban buena cuenta de la "colación" preparada en la casa donde tocaba hacer la "billada".

El cansancio del viaje no servía como excusa para ir a dormir. Tenian  que contar  con todo lijo de detalles  el amplio abanico de noticias de las que eran emisarios. Unas billadas que estoy seguro serían muy interesantes, ya que se utilizaban como "Revista Semanal Comarcal", que al no estar escrita, los emisarios estaban obligados a forzar la memoria para retener la mucha información recibida en Graus de los comarcanos.

 

Esto daba lugar, especialmente los lunes, a  reuniones muy largas. Si  los emisarios no eran amenos en su exposición o tenían poca retentiva, había que "tirarles de la lengua", de manera que cuando se quedaba alguno de ellos cortado en palabras, la audiencia arremetía con una larga serie de preguntas como :

 -¿Habrez habllau con el de La Abadía Nocellas, que teniba un macho malo.T os ha dicho si sa mejoraú?,

-¿Cómo está la agüela de casa Marco Bafalluy, que van dezí estaba muy mala l`otro díya?

- ¿Cómo porta el preñau la choben de casa Solé de Abenozas?, etc., etc.,

Muchas eran las preguntas y generalmente no todas se respondían pues  eran años en que todos los pueblos tenían sus casas habitadas.  Aguila contaba 20 casas; Torruella y Erdao, 12 cada uno;  12 en Abenozas;  10 en Bafaluy;  en Centenera,  20.

 E n fin,  que eran muchas las familias que vivían en aquellos años en lo que hoy todo es ruina y pueblos sin vida.

 

Mi dedicación a investigar o conocer mejor las costumbres y formas de vida  viene como consecuencia de hablar con personas mayores, y entre ellas,  mi contertulio preferido y el que más me motivaba,  era mi abuelo.

 Teníamos como he dicho "filing". Me encantaba escuchar relatos sobre sus experiencias y vivencias, que eran muchas, aunque muy diferentes a las que hoy su nieto también cuenta.

L as mías carecen de aquellos valores basados en la sencillez de vida que tanta felicidad les aportaban a pesar de estar disfrazadas de aparente rusticidad. T enían más carga de emoción y sentimiento, reflejando de forma magistral y sencilla lo que era la vida de la primera mitad del siglo XX en esta zona de Pirineo. 

 

Por poner algún comentario al respecto, mi agüelo me contaba:

 Un díya me va llebantá lluego, casi no se`hi belleba. Teniba la intención de arrancá unos coscollizos, aldiagas y matas de yerba mala que no quieren comeselas ni las crabas.

 Estaban en el cabo de la faixa María y con la idea de fela més gran, ba dezidí felo tot en un día:  el ba emprendé cuan aún no heba cllareaú el día y cuan se feba de noche ya’ l teniba tot llebantau, cremaus los coscollizos, yerbas y aldiagas y tot picau pa sembralo de trigo.

Estaba cansau como un burro, pero muy contento.

 Cuan ba llegá ta casa ya me esperaba María, que me va dezí:

- ¿Qué febas tanto?. Ya queriban sallí a buscate.

 Le ba pasá el brazo per l’ hombro,  arrimánle la cara a la mía pa dezile a la orella:

- "María,  el año que biene cogerén un fayxo més de trigo".

 

Esto dicho hoy por quien no ha conocido la importancia del trigo en aquellos años, ni tampoco ha tenido la costumbre de escuchar historias de sus mayores, le parecerá una tontería de los abuelos.

En aquellos años, el no coger suficiente trigo para el año, llevaba a tener que prestar harina al molinero  y los intereses de hacerlo no se pagaban con dinero, pero acarreaban unos compromisos que solo se evitaban consiguiendo autonomía de consumo especialmente tener harina de trigo para todo el año. Como ejemplo voy a contaros otra de las historias del abuelo, que le ocurrió a su suegro Antonio Lanau Barrabés, aunque él también soportó las consecuencias durante varios años:

 

Me contaba que un año sobre 1915, más o menos, en casa Costa les faltó trigo y tuvieron que recurrir al molinero para que les prestara harina. Así lo hizo, acordando coger cuarenta kilos, ajustando el precio del préstamo con el compromiso por parte de Casa Costa de tener que bajar al molinero de Santaliestra un saco de bellotas cada año, sin especificar cuantos años, pero  especificando que deberían ser de carrasca, e incluso indicando el árbol del que deberían proceder, por ser unas bellotas más gordas de lo normal, y que desde aquella fecha pasaría a conocerse como "La Carrasca Amedias".

Esta  carrasca  está aún hoy viva  y aunque ya muy vieja  y con varias ramass rotas por el aire, está situada en el Segalás.

 Mi madre recuerda haber bajado de moza el saco de bellotas con la burra al molinero.  Yo a veces pienso que de no haber cambiado las formas de vida, hubiera sido un derecho adquirido a perpetuidad. 

 

Como se puede deducir de estos comentarios, la comunicación entre las familias y los pueblos en general era muy buena, a pesar de la escasez de medios para hacerlo. Al contrario de hoy que avanzados como estamos en medios de comunicación, sufrimos las soledades más grandes vividas por el ser humano. 

A diferencia de entonces que en las Comarcas la gente se unía ante las dificultades y cuando alguna familia necesitaba ayuda por algún problema, era ayudada por los vecinos más cercanos. Una unión y armonía que se reflejaba más claramente cuando llegaba la fiesta de cualquiera de los pueblos pertenecientes a la Comarca. 

 

Las fiestas eran muy esperadas, celebradas con devoción, alegría y mucha emoción, por varios motivos, uno porque honrar la patrona o el patrón se convertía en una acción de gracias por haberles dado un año más, salud en personas y animales, buenas cosechas en la huerta, frutas y almendras, y lo que se agradecía de manera especial el trigo que garantizaba el pan para todo el año.

 La fiesta era motivo de reunión para los emisarios que se reunían en Graus todos los lunes, así como sus familias. En las comunidades pequeñas como era La Corona, cuando llegaba la fiesta de Aguilá, Centenera o Abenozas (hablo haciendo referencia a casa Costa) tenían problemas porque les faltaba miembros para cumplir con las invitaciones de todas las casas de los tres lugares nombrados. Esto daba lugar a que antes de salir de casa, los siete u ocho miembros hicieran el reparto de las visitas, de quién iba a casa de quién, a comer o a cenar, no se podía dejar ninguna casa sin representante, o presentar una excusa creíble del porqué no había podido ir, teniéndolo que hacer personalmente un miembro de Casa Costa.

 

 

 

 

Cosme Castán Campo