El 29 de junio se celebra la onomástica de estos dos conocidos santos y discípulos de Jesús de Nazaret. El nombre de Pedro proviene de la masculinización de la palabra griega "petra", es decir "roca". Pedro era un pescador que, careciendo de estudios, fue elegido por Jesús para fundar su Iglesia, con aquellas palabras "Tú eres Pedro y sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia".
Pedro es el sobrenombre que adquiere Simón después de señalarle Jesús como la "piedra" sobre la que habría de edificar su Iglesia. Simón "Pedro" junto a su hermano Andrés, abandonarán las redes en el mar de Galilea y su casa de Cafarnaum para seguir a Jesús convirtiéndose así en pescadores de hombres.
El nombre de Pablo en su acepción latina viene de Paulus, que significa pequeño u hombre de humildad. Quizás tenga que ver este significado el haber pasado a la historia, además de como apóstol y evangelista, como primer eremita de la era cristiana. Pablo era de Tarso - Cilicia, la hoy llamada Turquía, hijo de una familia judía y sólidamente formado en la Ley judaica.
Como paradoja decir que Pablo fue un furibundo perseguidor y hostigador de cristianos, que después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio. Por esto es considerado por los católicos como el más ardoroso evangelizador.
Dicho esto, aunque haya muy pocas similitudes entre el Pedro y Pablo citados, con sus tocayos políticos españoles, sería deseable que estos adquirieran para con España, algunas de las virtudes y convencimientos que los primeros nos manifestaron tener. Ya sé que esto puede resultar un sueño utópico, o quizás una carta ilusionada a los Reyes Magos, pero que bonito y útil seria para todos, que el Pedro y el Pablo de hoy tuvieran la humildad y capacidad de trabajo de los de entonces, supieran comprender los problemas, (sin tener que crear otros para solucionarlos) trabajando sin discriminación de clases y pensando en los que por diversas circunstancias, tienen más dificultades para vivir.
Para conseguir este sueño, lo primero que hay que cambiar es la forma de hacer política de estas legislaturas pasadas, que solo han procurado el bien de quién no sufre los problemas de supervivencia y hace, lo posible para no verlos y nada para solucionarlos.
Nuestros dirigentes deberían de cambiar. No me refiero a la orientación o color político, simplemente deberían ser más honrados y menos cínicos. Para ello voy a formular un deseo. Ya que hemos empezado con Pedro, primera cabeza visible de la Iglesia, voy a seguir con su predecesor nuestro Papa Francisco, puesto que con él ha llegado un aire nuevo cargado de esperanza, firmeza y bondad para todos. Ojalá nuestros Pedro y Pablo sean capaces de ilusionarnos de la misma manera.
Roguemos para que así sea.
Cosme Castán